jueves, 23 de enero de 2014

Algo sobre virtualidades


Cierta vez  comentaba con mi aluno Magno Batista Correia sobre mi dificultad de entender esos temas   denominados comúnmente  de  realidad virtual y computación ubicua ("pervasive computing"). Varios colegas míos trabajaban en el tema, mas no habían conseguido darme definiciones que salieran de los contextos técnicos en los que se mueven los académicos.  Un día Magno, después de hacer varias lecturas sobre artículos especializados, me llegó con una definición sorprendente: “la realidad virtual intenta llevar el mundo para dentro del computador, mientras que la computación ubicua intenta llevar el computador para el mundo”.  En ese momento comprendí que los dos temas estaban entrelazados, y que esa relación estrecha era la que estaba causando problemas en mi compresión.  Magno con un tiro resolvió mi problema, y lo que aparecía difícil ahora parecía natural, sin misterios, y hasta un niño lo podría comprender sin mayores dificultades. Lo anterior va en la misma dirección de lo dicho por el físico Richard Feynman: “sólo comprendemos realmente un tema cuando conseguimos explicarlo a un fontanero”. Tal vez Feynman no se haya referido explícitamente al oficio de fontanero; sólo fue introducido aquí porque otro físico famoso (Albert Einstein) cuando se sentía cansado de los efectos colaterales de la fama se quejaba diciendo: “si yo supiera que era así hubiera preferido ser fontanero”.
La realidad virtual tuvo su auge como concepto en los años 80, en la que se pretendía que una persona con interfaces adecuadas (por ejemplo gafas y guantes sofisticados, entre otros) pudiera interactuar con un programa rodando en un computador potente. El usuario entraría en un mundo virtual, en donde podría tener sensaciones reales a partir de estímulos artificiales.  O sea algo parecido con los efectos que producen las drogas alucinógenas y sicotrópicas.  El mayor problemas encontrado, fuera del desarrollo de  interfaces sofisticadas,  está en la complejidad computacional de los programas, y en la necesidad de tener verdaderos supercomputadores para ejecutarlos, con costos muy elevados. De cierta manera, estas dificultades son la razón  para que la realidad virtual sea un tema  estancado, desde el punto de vista de ciencia de la computación, y determinan que entrar en un computador sea un privilegio de pocos, o aún parte de la ciencia ficción.

Ante las dificultades de la realidad virtual (por no decir de su fracaso) ahora nos vienen con el cuento de  la computación ubicua (llamada a veces de ubicomp o inteligencia ambiental); que parte del hecho de que en vez de estar soñando con un supercomputador alucinógeno podríamos colocar millones de pequeños computadores explayados por todo lugar, conectados por redes de alta velocidad. Esto último nos permitiría que en cualquier lugar tendríamos la posibilidad de  conectarnos a través de nuestros dispositivos personales (celulares, palms, ipads, etc), ejecutando  tareas computacionalmente complicadas, y a distancia. Este paradigma de computación hace que la ejecución de un programa o un aplicativo sea trasparente para los usuarios. En este caso un servicio puede estar siendo requerido por un usuario desde una favela de Rio de Janeiro (usando inclusive una interfaces sofisticada, con varios tipos de sensores siendo accionados) y estar siendo ejecutado en la Pequín –y nadie sabe nada. O sea, es una tecnología orientada para servicios, en donde alguien está ganando dinero a espaldas de los usuarios desprevenidos. Con respecto a esto un colega de una universidad alemana decía que el concepto computacional de “nube” (implícito en este paradigma computacional) significaba algo así: usted presiona una tecla de su computador y alguien desconocido está ganando dinero con eso. Por eso es bueno revisar las cuentas de nuestras tarjetas de crédito a cada mes.
Un punto importante de esta transición de tecnologías es que el concepto de virtualidad se desplaza desde dentro del computador para afuera. Su espacio deja de ser la dupla hardware/software, el mundo de los bits creado por científicos como Claude Shannon, John Presper Eckert, John William Mauchly y John von Neumann. Ahora permea el espacio de la física clásica, ese lugar creado por Galileo y Newton, pareciéndose más a un oráculo de Delfos omnipresente, y con delirios de ser omnisciente y omnipotente. Tal vez esa sea la mayor dificultad que está trayendo hoy en día para el relacionamiento entre  chicos y  adultos, pues nadie responde mejor a una pregunta que el Google y, por lo tanto, padres y educadores están  perdiendo prestigio.

Estos inexorables hechos nos muestran varias cosas. La primera es que debemos relacionarnos de otra manera con los jóvenes, a través de nuevas fórmulas del lenguaje  –recordamos aquí la famosa frase de Wittgenstein: “sobre aquello que no podemos hablar, debemos callarnos”. Esto último nos trae a la superficie las dificultades de la comunicación, pues el lenguaje tiene sus limitaciones, sobre todo cuando debemos abordar lo essencial (me refiero aquí al lenguaje fonético, al discurso articulado); cuando no podemos más vivir dependiendo del prestigio, por la pose de algo, de un bien material, intelectual, o de una historia de vida. Lo que nos obliga a ejercer el valor más difícil: la honestidad. Lo que va en sentido contrario de lo que el marketing nos ordena a cada instante: el que debemos convertirnos en celebridades. Y que tal vez sintamos más paz en ser fontaneros que en ser físicos famosos o estrellas de Hollywood (Einstein, ese viejo zorro, ya lo sabía…) Y lo que no podemos decir dejárselo a nuestro lado artístico, en donde sabemos que lo que es dicho flota suavemente sobre un océano de  pausas y silencios –lo no dicho–, tal como ocurre con la poesía.
Una vez le coloqué estas cuestiones a César Giraldo, en una visita que le hicimos junto con algunos colegas de un laboratorio de la Universidad de Sao Paulo.   Divagué sobre a qué lugar nos llevaría la virtualidad creada por la computación, esperando que con su raro don de la profecía me diera alguna claridad –como lo hizo mi alumno sobre los temas de realidad virtual y computación ubicua.  César respondió rápidamente, con  un estilo medio nihilista y medio taoísta: “mijo, yo de usted no me preocuparía. Yo ni siquiera sé si voy a estar vivo mañana, y mucho menos si hoy voy a tener una erección”. Seguidamente sacó de su biblioteca un libro del poeta brasileiro Carlos Drumond de Andrade y lo abrió en una página que contenía un  famoso poema: “tal vez esto te dé alguna luz sobre el asunto”, dijo.

Coloco aquí un poema dedicado a los viajes espaciales (una traducción libre), que ocurren en un espacio Newtoniano, ahora permeado de virtualidad (tal vez esa virtualidad deba ahora ser humanizada –ansia inacabada).
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El hombre; los viajes (Carlos Drumond de Andrade)

El hombre, animal de la tierra tan pequeño
se harta en la Tierra
lugar de mucha miseria y poca diversión,
hace un cohete, una cápsula, un módulo
se encamina para la Luna
desciende cauteloso en la Luna
pisa en la luna
planta banderola en la Luna
coloniza la Luna
civiliza la Luna
humaniza la Luna.

Luna humanizada: tan igual a la Tierra.
El hombre se harta en la Luna.
Vamos para Marte — ordena a sus máquinas.
Ellas obedecen, el hombre desciende en Marte
pisa en Marte
experimenta
coloniza
civiliza
humaniza Marte con ingenio y arte.

Marte humanizado, que lugar usual.
¿Vamos a otra parte?
claro — dice el genio
sofisticado y dócil.
Vamos a Venus.
El hombre pone el pie en Venus,
ve lo visto — ¿es esto?
ídem
ídem
ídem.

El hombre funde sus sesos si no va a Júpiter
proclamar justicia junto con injusticia
repetir el tedio
repetir lo inquieto
repetitivo.

Otros planetas restan para otras colonias.
El espacio todo vira Tierra-a-tierra.
El hombre llega al Sol o da una vuelta
¿solamente para ver?
No ve que él inventa
ropa insiderable para vivir en el Sol.
Pone el pie y:
mas que harto es el Sol, falso toro
español domado.
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