Cierta
vez comentaba con mi aluno Magno Batista
Correia sobre mi dificultad de entender esos temas denominados
comúnmente de realidad virtual y computación ubicua
("pervasive computing"). Varios colegas míos trabajaban en el tema, mas no habían
conseguido darme definiciones que salieran de los contextos técnicos en los que
se mueven los académicos. Un día Magno,
después de hacer varias lecturas sobre artículos especializados, me llegó con
una definición sorprendente: “la realidad virtual intenta llevar el mundo para dentro
del computador, mientras que la computación ubicua intenta llevar el computador
para el mundo”. En ese momento comprendí
que los dos temas estaban entrelazados, y que esa relación estrecha era la que
estaba causando problemas en mi compresión.
Magno con un tiro resolvió mi problema, y lo que aparecía difícil ahora parecía
natural, sin misterios, y hasta un niño lo podría comprender sin mayores
dificultades. Lo anterior va en la misma dirección de lo dicho por el físico
Richard Feynman: “sólo comprendemos
realmente un tema cuando conseguimos explicarlo a un fontanero”. Tal vez Feynman no se haya referido explícitamente al oficio
de fontanero; sólo fue introducido aquí porque otro físico famoso (Albert
Einstein) cuando se sentía cansado de los efectos colaterales de la fama se
quejaba diciendo: “si yo supiera que era así hubiera preferido ser fontanero”.
La
realidad virtual tuvo su auge como concepto en los años 80, en la que se pretendía
que una persona con interfaces adecuadas (por ejemplo gafas y guantes
sofisticados, entre otros) pudiera interactuar con un programa rodando en un
computador potente. El usuario entraría en un mundo virtual, en donde podría
tener sensaciones reales a partir de estímulos artificiales. O sea algo parecido con los efectos que
producen las drogas alucinógenas y sicotrópicas. El mayor problemas encontrado, fuera del
desarrollo de interfaces sofisticadas, está en la complejidad computacional de los
programas, y en la necesidad de tener verdaderos supercomputadores para
ejecutarlos, con costos muy elevados. De cierta manera, estas dificultades son la razón
para que la realidad virtual sea un tema estancado, desde el punto de vista de
ciencia de la computación, y determinan que entrar en un computador sea
un privilegio de pocos, o aún parte de la ciencia ficción.
Ante
las dificultades de la realidad virtual (por no decir de su fracaso) ahora nos
vienen con el cuento de la computación ubicua (llamada a veces de ubicomp o inteligencia ambiental);
que parte del hecho de que en vez de estar soñando con un supercomputador
alucinógeno podríamos colocar millones de pequeños computadores explayados por
todo lugar, conectados por redes de alta velocidad. Esto último nos permitiría que
en cualquier lugar tendríamos la posibilidad de
conectarnos a través de nuestros dispositivos personales (celulares,
palms, ipads, etc), ejecutando tareas
computacionalmente complicadas, y a distancia. Este paradigma de computación hace
que la ejecución de un programa o un aplicativo sea trasparente para los
usuarios. En este caso un servicio puede estar siendo requerido por un usuario desde
una favela de Rio de Janeiro (usando inclusive una interfaces sofisticada, con
varios tipos de sensores siendo accionados) y estar siendo ejecutado en la
Pequín –y nadie sabe nada. O sea, es una tecnología orientada para servicios, en donde alguien
está ganando dinero a espaldas de los usuarios desprevenidos. Con respecto a
esto un colega de una universidad alemana decía que el concepto computacional
de “nube” (implícito en este paradigma computacional) significaba algo así: usted
presiona una tecla de su computador y alguien desconocido está ganando dinero
con eso. Por eso es bueno revisar las cuentas de nuestras tarjetas de crédito a
cada mes.
Un
punto importante de esta transición de tecnologías es que el concepto de
virtualidad se desplaza desde dentro del computador para afuera. Su espacio
deja de ser la dupla hardware/software, el mundo de los bits creado por
científicos como Claude Shannon, John Presper Eckert, John William Mauchly y John
von Neumann. Ahora permea el espacio de la física clásica, ese lugar creado por
Galileo y Newton, pareciéndose más a un oráculo de Delfos omnipresente, y con
delirios de ser omnisciente y omnipotente. Tal vez esa sea la mayor dificultad
que está trayendo hoy en día para el relacionamiento entre chicos y adultos, pues nadie responde mejor a una
pregunta que el Google y, por lo tanto, padres y educadores están perdiendo prestigio.
Estos
inexorables hechos nos muestran varias cosas. La primera es que debemos
relacionarnos de otra manera con los jóvenes, a través de nuevas fórmulas del
lenguaje –recordamos aquí la famosa
frase de Wittgenstein: “sobre aquello
que no podemos hablar, debemos callarnos”. Esto último nos trae a la superficie
las dificultades de la comunicación, pues el lenguaje tiene sus limitaciones, sobre todo cuando debemos abordar lo
essencial (me refiero aquí al lenguaje fonético, al discurso articulado); cuando no podemos más vivir dependiendo del prestigio, por la pose de
algo, de un bien material, intelectual, o de una historia de vida. Lo que nos
obliga a ejercer el valor más difícil: la honestidad. Lo que va en sentido
contrario de lo que el marketing nos ordena a cada instante: el que debemos convertirnos
en celebridades. Y que tal vez sintamos más paz en ser fontaneros que en ser
físicos famosos o estrellas de Hollywood (Einstein, ese viejo zorro, ya lo
sabía…) Y lo que no podemos decir dejárselo a nuestro lado artístico, en donde
sabemos que lo que es dicho flota suavemente sobre un océano de pausas y silencios –lo no dicho–, tal como ocurre con la
poesía.
Una vez
le coloqué estas cuestiones a César Giraldo, en una visita que le hicimos junto
con algunos colegas de un laboratorio de la Universidad de Sao Paulo. Divagué
sobre a qué lugar nos llevaría la virtualidad creada por la computación, esperando
que con su raro don de la profecía me diera alguna claridad –como lo hizo mi
alumno sobre los temas de realidad virtual y computación ubicua. César respondió rápidamente, con un estilo medio nihilista y medio taoísta: “mijo,
yo de usted no me preocuparía. Yo ni siquiera sé si voy a estar vivo mañana, y
mucho menos si hoy voy a tener una erección”. Seguidamente sacó de su
biblioteca un libro del poeta brasileiro Carlos Drumond de Andrade y lo abrió en
una página que contenía un famoso poema:
“tal vez esto te dé alguna luz sobre el asunto”, dijo.
Coloco aquí un poema dedicado a los viajes espaciales (una traducción libre), que ocurren en un espacio Newtoniano, ahora permeado de virtualidad (tal vez esa virtualidad deba ahora ser humanizada –ansia inacabada).
.....................Coloco aquí un poema dedicado a los viajes espaciales (una traducción libre), que ocurren en un espacio Newtoniano, ahora permeado de virtualidad (tal vez esa virtualidad deba ahora ser humanizada –ansia inacabada).
El hombre; los viajes (Carlos Drumond de Andrade)
El hombre, animal de la tierra tan pequeño
se harta en la Tierralugar de mucha miseria y poca diversión,
hace un cohete, una cápsula, un módulo
se encamina para la Luna
desciende cauteloso en la Luna
pisa en la luna
planta banderola en la Luna
coloniza la Luna
civiliza la Luna
humaniza la Luna.
Luna humanizada: tan igual a la Tierra.
El hombre se harta en la Luna.
Vamos para Marte — ordena a sus máquinas.
Ellas obedecen, el hombre desciende en Marte
pisa en Marte
experimenta
coloniza
civiliza
humaniza Marte con ingenio y arte.
Marte humanizado, que lugar usual.
¿Vamos a otra parte?
claro — dice el genio
sofisticado y dócil.
Vamos a Venus.
El hombre pone el pie en Venus,
ve lo visto — ¿es esto?
ídem
ídem
ídem.
El hombre funde sus sesos si no va a Júpiter
proclamar justicia junto con injusticiarepetir el tedio
repetir lo inquieto
repetitivo.
Otros planetas restan para otras colonias.
El espacio todo vira Tierra-a-tierra.El hombre llega al Sol o da una vuelta
¿solamente para ver?
No ve que él inventa
ropa insiderable para vivir en el Sol.
Pone el pie y:
mas que harto es el Sol, falso toro
español domado.
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