domingo, 9 de agosto de 2015

Virtualidades, filosofías e ingenierías



Hace algunos años tuve la oportunidad de leer algunos textos del filósofo francés Pierre Lévy, especialista en los impactos de la tecnología digital en la cultura, en la filosofía, en la estética, en la educación y en las ciencias sociales en general. Un punto central en los trabajos del filósofo era la propuesta de un abordaje filosófico sobre el tema de la “virtualidad”. Para comenzar el filósofo se preguntaba “¿qué es lo virtual?”

Bajo la sombra de Lévy lo virtual no tiene relación directa con lo real. Digamos que lo virtual existe en el ámbito de los enunciados, de las generalizaciones, de los problemas, y su opuesto estaría en el contexto de las soluciones, ámbito este que el filósofo denomina de “actualización”. Por otro lado, lo real está en relación opuesta con lo “potencial”, por ejemplo una semilla sería el contexto potencial de un árbol, que se tornaría real a partir del contenido seminal. El árbol es real, la semilla potencial.

Este esfuerzo de eliminar una relación de oposición entre lo real y lo virtual aparece ingenioso y hasta sorprendente. Sin embargo, el término “virtual” viene a la moda más por hechos tecnológicos concretos, tal como la creación de la informática y los avances en las tecnologías de comunicación. Independientemente de lo que los filósofos hayan pensado sobre lo que es virtual, los hechos hablan más fuerte que las teorías sobre el asunto, y estas últimas, supuestamente, deberían explicar lo que físicos e ingenieros están creando a una velocidad vertiginosa.

Algunas cosas que los ingenieros observan en su cotidiano están de acuerdo con lo que nos expone el filósofo francés. Por ejemplo, la ausencia de territorialidad de lo virtual, hecho que puede ser observado en diferentes ámbitos: la información es ubicua, y soportada por un nuevo medio de comunicación, la WEB. Ahora, decirnos que lo contrario a lo virtual es la actualización, deja de ser entendible para los técnicos, apareciendo más como una gimnasia mental, para adaptar trabajos suyos y de otros filósofos consagrados, como Deleuze.

En una percepción técnica no cabe duda de que la virtualización está ligada con una elevación del nivel de abstracción, que puede equivaler al nivel de la problemática, como colocado por el filósofo. Mas puede ser que no sea exactamente así. Los técnicos perciben, en general, la virtualización como la colocación de problemas y sus soluciones en diferentes medios, en donde la característica de falta de territorialidad se hace plausible por la presencia del computador y la WEB. No hay misterio en esta afirmación.

Pero el esfuerzo del filósofo viene en la dirección de demostrarnos que la virtualidad siempre ha existido, desde los orígenes de la humanidad. Por ejemplo, en el hecho de que la escrita sería la virtualización de la memoria, la lectura la virtualización del texto, el hipertexto la virtualización del texto y de la lectura juntas, la técnica como la virtualización de la acción , el contrato social (o el derecho en general) como virtualización de la violencia.

La dificultad en adaptar conceptos filosóficos y hasta antropológicos al estudio de la tecnología es incrementada por una separación entre las teorías filosóficas y el día a día de los ingenieros que crean la tecnología. Por ejemplo, en su teoría sobre lo que es virtual Lévy nos introduce el concepto de “objeto” como algo que marca las relaciones entre los individuos, circulando, física o metafóricamente entre los sujetos de un grupo, permaneciendo simultáneamente en varias manos o siendo transferido entre ellas. El objeto tendría también trascendencia distribuida, lo que le daría un cierto grado de inmanencia. Sin embargo, para los ingenieros y científicos de la computación el concepto de objeto fue creado para acelerar la dura tarea de hacer programas, intentando simular los procesos de fabricación modernos, como ocurre en las fábricas de carros y de aviones: las partes son estandarizadas, y creadas en fábricas especializadas, y ensambladas con otras piezas, en locales diferentes, para crear objetos de mayor porte, en menor tiempo y con menores costes. Esta reusabilidad de objetos es básica para mejorar el desempeño de los procesos productivos.

De esta manera, para un programador, un objeto es un programa previamente verificado, que tiene variables y operaciones encapsuladas (como una caja negra), y que ofrece acceso a sus contenidos a través de mensajes. Y así, los programadores pueden usar esas piezas de programas prefabricadas, ensamblando unas con las otras, para crear programas más complexos y con menor esfuerzo. O sea, el concepto de objeto en computación aparece como analogía a un objeto de la realidad, mas que obedece a un modelo matemático, descrito en un lenguaje de programación y almacenado en un medio específico. No hay misterio en eso, ¿para qué forzar las cosas?

Cierta vez le conté a mi amigo César Giraldo la incomodidad que me producía la lectura de textos filosóficos que trataban sobre temas de tecnología y sociedad. Y el viejo amigo me tranquilizó: “no se preocupe mijo, lo peor es cuando esos personajes se atreven a hablar sobre arte, y sobre todo sobre música, es un desastre”. Y prosiguió: “en los abordajes filosóficos sobre la ciencia los científicos tuvieron mejor suerte, pues Karl Popper era un filósofo fuera de serie y Tomas Kuhn era físico de formación”.

Es cierto que la virtualidad como concepto viene a impregnar la historia de la humanidad desde sus orígenes. Si llevamos algo desde lo real a un soporte mediático la virtualidad aparece como efecto colateral. Llevar los hechos del cotidiano a uma estructura mediática  es ya un proceso de virtualización. El registro artístico sobre una piedra o sobre una partitura obedece a un proceso de virtualización, en donde la ausencia de territorialidad de alguna manera comienza a insinuarse. Las informaciones se solidifican, tienden a transformarse en nuevos objetos, que pueden ser transportados.

Pero conjuntamente con la virtualización creamos nuevos enigmas, y hasta podríamos decir que el laberinto Borgiano está ligado con ella. Llevar una información a un medio exige un proceso de codificación, una técnica específica, un lector, un intérprete, que puede entender el mensaje, o en su lectura crear otro completamente diferente. Y en este sentido la literatura sería una virtualización de la vida, de nuestro cotidiano, en donde los mensajes están cifrados en los versos, en los parágrafos, en los personajes, en las relaciones.

Al entrar en el universo literario, como lectores, nos enfrentamos con un medio específico, una tecnología consagrada, en donde una virtualidad se nos convierte en una nueva realidad, más sutil, en un nivel de abstracción más alto. Debemos descifrar el contenido, colocándolo en diferentes contextos, inclusive en los nuestros. Podemos descifrar el código, usando las herramientas que filósofos, críticos y hasta psicólogos nos ofrecen. ¿Y por qué no usar el psicoanálisis para esto?

Sujetos como Estanislao Zuleta nos invitan a ver la estructura de los personajes literarios a la luz del psicoanálisis: “éste es el psicoanálisis de punta”, decía el docente durante sus clases en la Universidad del Valle. Este esfuerzo de ver la literatura sobre la lupa psicoanalítica está fundamentado en el estudio de las partes, de los personajes, en la definición de la topología de las relaciones entre ellos, en la clasificación de los dramas particulares, en los diagnósticos, en la crítica. En sentido contrario tenemos la visión de Harold Bloom quien coloca la literatura por encima de cualquier análisis, diferente del literario; y siendo así es imposible entender a Shakespeare a través de Freud, pues entre los dos hay una relación de padre e hijo, y el mundo subjetivo y la individualidad moderna se tornan una invención literaria, más o menos reciente. En Hamlet tenemos la tragedia, tal como en Eurípides, sólo que de alguna manera los personajes shakespearianos se creen más libres para escoger, inclusive en medio de un desfecho trágico, y también más solitarios, por la creciente ausencia melancólica de los dioses. De esta manera, la literatura está más en el plano de la síntesis, ofreciendo más misterios entre el cielo y la tierra de los que puedan descifrarnos las herramientas freudianas -y similares.

Borges en sus encuentros también se quejaba de las tentativas de entender la mecánica de la creación literaria colocando en el diván los personajes, incluyendo los propios autores. Parece ser que en un encuentro con psicoanalistas en Buenos Aires llegó a sugerir que la teoría freudiana no dejaría de ser más que una mera creación literaria. Sin embargo, indirectamente, hace una referencia al concepto concreto de la represión, fundamental en la teoría psicoanalítica, cuando insinúa que la misma es la base de toda estética que conocemos: el artista no puede decir las cosas directamente, pues hay barreras internas y externas, tiene que usar acertijos, metáforas, fábulas, alegorías y otras invenciones: “sin la censura no habría existido Voltaire. Voltaire dijo todo lo que quería decir, pero de un modo indirecto, mas eficaz”. O sea, ¿será que el escritor está queriéndonos decir que sin la censura no habría poesia?.

En esta dirección la fuerza del lenguaje aparece con todo su poder en la escrita, como expresión literaria, tal como lo dijo alguna vez el doctor Lacan. Pero el lenguaje debe ser escrito sobre algo mediático, una superficie que tenga espacio para la palabra, tal como una hoja de papel. Y aquí llevamos el sentido del escrito como un registro sobre cualquier tipo de medio de comunicación (y es un sufrimiento no poder usar la palabra inglesa media), tal como la tradición oral, las piedras de sílex, los pergaminos, el papel, el libro, el disco duro y sus variaciones, las memorias RAM y sus congéneres, el pendrive y otros dispositivos que puedan venir a acompañarnos en un futuro y, sobre todo, el inconsciente freudiano. En este sentido, el inconsciente siempre fue un suporte mediático, en donde los mensajes son grabados, con sus gramáticas y sus semánticas; un recado grandioso, encriptado e inconcluso, tal como aquella sinfonía de Schubert.

Y aquí tendríamos que traer de nuevo el viejo McLuhan, quien entendió por la primera vez la importancia de los soportes mediáticos para entender la civilización actual. Y aquí medio y mensaje se confunden; el mensaje usa  soportes para ser escrito, para articularse como palabra, para dejar de ser potencial y pasar a ser cinético. Para prosperar como literatura, para extenderse como virtualidad, como memoria humana escrita sobre una memoria extendida, sobre una herramienta que se parece demasiado con su estructura. Y el medio no sólo sirve como soporte o como medio de transporte, pues él mismo es el mensaje principal, conteniendo el estado actual de la civilización, así como sus trazos culturales. El medio, en el lenguaje ingenieril, representa el cauce de un río, por donde los mensajes son acarreados, moldeándolos, retorciéndolos para darles una forma global, que debe ser interpretada, pues permanece escondida como un camaleón en la noche. Y este cauce no deja de tener también un sentido implícito de censura.

Y si los personajes shakesperianos nos parecen más cercanos que los trágicos griegos es también por la visión del soporte mediático. Digamos que el medio de las tragedias griegas es compartido por dioses y por humanos, pues los dioses pueden escribir en el mismo, o por lo menos dictar sus factos. Por otro lado, el medio shakespeariano pertenece enteramente al autor, está permeado de libertad y de aislamiento. Por eso Borges y García Márquez hacen referencias explicitas en sus obras al abandono, a la aridez, a la soledad. Y digamos que McLuhan vuelve a tener la razón, en este caso: “el medio es el mensaje”.

Podemos acrecentar aquí que literatura y virtualidad son dos caras de la misma moneda. Y sólo un profesor de literatura, como McLuhan, tendría condiciones de resolver el problema de unificar la teoría de la comunicación, la literatura y las profundidades del inconsciente humano. Un literato que se atrevió a pensar como psicólogo,  como comunicador, y como ingeniero. Y tal vez nos veamos ahora obligados a comprender tanto Shakespeare como Freud a través de la óptica de McLuhan, con el perdón de Bloom.

Y como todo tiene su complemento, nada se asemeja más a la idea de inconsciente colectivo que la WEB, con sus dones de ubiquidad, paralelismo, accesibilidad y atemporalidad.


Nota: Texto revisado por Mario Vergara (Suecia, 2015)