lunes, 30 de junio de 2014

Fútbol, física y destino


En tiempo de copa de fútbol nos vemos obligados a enfrentar lo inesperado: equipos que vienen como favoritos son eliminados, mientras que otros que a duras penas pasaron por la etapa clasificatoria se convierten en sorpresas. Y es que el fútbol no tiene lógica, como decía mi padre. Los imponderables del destino están presentes, pues como decían los griegos hasta los propios dioses están sujetos a hilos enigmáticos, tejidos por las Moiras, eso que nosotros terminamos de llamar, resignadamente, de destino. Claro que todas estas cosas están atenuadas por las interferencias de la FIFA, que a través de un sistema sagaz, y con la habilidad de un crack, es capaz de conducir los hechos futboleros para resultados de su conveniencia. Y es que el fútbol es un gran negocio, y una empresa monstruosa como la FIFA debe haber descubierto, desde hace tiempo, cómo fabricar resultados, con la misma competencia con que la Google inventó su algoritmo de busca de contenidos en la internet.

Por eso es conveniente hacerle barra a que lo imponderable acontezca, para que todo este negocio se le salga de las manos a la FIFA, y que las sorpresas sean lo más intensas posibles; que sean capaces de ultrapasar lo que marca el dedo indicador de un sistema truculento, impregnado de un objetivo fundamental: el de hacer siempre un buen negocio.

Por eso hago barra para que ocurran todos los resultados que minimicen los lucros de esa empresa, que gana dinero a montones con las propagandas, los derechos de transmisión por radio y televisión, por los objetos que vende a precio de oro en los estados (a través de la internet), y por lo que arrecada en los eventos faraónicos que organiza. Por eso hago barra para que ganen los equipos africanos, los centroamericanos, los equipos que no tienen tradición, pues de alguna manera la FIFA perderá algo de su poder, dinero y encanto.

Todo lo que vaya en contra de esa estructura me cae bien, así como todo lo que vaya en sentido contrario de su mensaje masificador (hablo aquí en el sentido de McLuhan). Y por eso aún le tengo estima a Maradona y a Romario, pues de alguna manera se revelaron; y ahora me siento solidario con el uruguayo Luis Suárez crucificado por haber transgredido los límites, en un escenario deportivo que es claramente una metáfora de la guerra. ¿Qué problema tan grave tiene dar una mordida, si eso que llamamos de gol tiene en el fondo la misma idea de un disparo de un cañón, que va certeramente sobre su blanco?

Y por otro lado nos dicen que existe algo de arte en el fútbol. Pero todos sabemos que en el sentido artístico todo lo bello tiene algo de insospechado. Una obra maestra de Beethoven es sorprendente (y por eso bella), pues la melodía siempre toma caminos diferentes de lo que esperamos. Y por eso el arte del fútbol aún está en poder los sus jugadores, con sus pases, sus dribles que muestran el dominio y el amor por del balón
lo que nos hace recordar el amor que un músico tiene por su instrumento. Pero hablando de lo fortuito y su relación con el arte, podemos verificar que hasta los propios jugadores se sorprenden cuando la bola toma un rumbo diferente de lo que ellos querían; como ocurrió con el chute de Ronaldinho en el mundial de 2002, cuando Brasil eliminó a Inglaterra. Y es que también el artista suele sorprenderse con su obra, por más que la planee, por más que la organice; y por eso, a pesar de la FIFA, el fútbol aún tiene algo de artístico, de verdadero.

Hablando de belleza y arte en el fútbol, podríamos ir em sentido contrario: lo que nos puede decir la ciencia sobre esto. Una vez leí un artículo de dos científicos brasileros (C. E. Aguiar y G. Rubini) sobre la física del fútbol. Siendo la bola un objeto concreto, el mismo está sujeto a las leyes de la física, que rigen la trayectoria de objetos lanzados con alguna fuerza. Tal como acontece con la bala de un cañón; que es regida por esas cosas que descubrió Isaac Newton hace más de 200 años, ese teólogo y alquimista inglés, que en sus ratos libres escribía sobre física.

Según nos lo explican los científicos cuando se chuta la bola se establece una trayectoria que depende, en parte, de la fuerza colocada por jugador, siendo que la velocidad termina dependiendo también de la fuerza contraria, producida por la resistencia del aire −a la que los físicos denominan de “fuerza de arrastre”. Esta misma fuerza, que se opone al movimiento, ocurre también cuando conducimos un carro, y según los físicos su valor es proporcional a la velocidad del vehículo elevada al cuadrado; dependiendo también de las propiedades del aire (viscosidad, masa, etc.), y del área de contacto entre el objeto (nuestro carro, o nuestro balón) y el fluido (en este caso el aire). Por eso los diseñadores de carros se quiebran la cabeza para hacer siluetas que minimicen la fuerza de arrastre, para así aumentar el desempeño de los vehículos.

Sobre la dinámica que aparece cuando un balón es chutado los físicos nos dicen que la velocidad máxima que puede alcanzar es del orden de 130 Km/h. Y que en todos los casos existe una presión en frente del balón que es mayor que la presión detrás del mismo. La diferencia entre estas dos presiones sería la propia fuerza de arrastre. Además de esto, las moléculas del aire que envuelven la bola también se mueven alrededor de ella, creando una camada de aire, a la que los físicos llaman de “camada de Prandtl” (o camada límite), la que es responsable por varios fenómenos. Uno de ellos es denominado de “la crisis del arrastre”, que es una perturbación que ocurre en la faja de 60 Km/h a 80 Km/h, cuando fuerza de arrastre cae vertiginosamente. Esto nos explicaría el efecto visual que nos hace pensar que la bola se acelera súbitamente durante su trayectoria, cuando un buen jugador da su chute. La crisis del arrastre es explicada por fenómenos de turbulencia del aire, que hacen que el área de baja presión (detrás de la bola) disminuya.

Otro fenómeno son las curvas que los jugadores imprimen en sus pases y chutes al gol, y para entender esto tendríamos que estudiar otro hecho específico: el efecto Magnus. Este efecto es debido al comportamiento de la camada límite cuando la bola está rotando durante su trayectoria. Dependiendo de la rotación la camada límite se deforma, produciendo una fuerza perpendicular al plano producido por el eje de rotación de la bola y su trayectoria. Y esto lo podemos experimentar cuando pateamos un balón, haciendo con que el mismo gire sobre su eje, verificando una leve curva en la trayectoria. Y la curva producida va a depender del sentido de rotación de la bola. Y si la bola gira de arriba para abajo, o al contrario, el efecto Magnus va a hacer con que la bola demore más en caer, o que caiga más rápidamente. Y esto es lo que los jugadores aprenden a ejecutar intuitivamente desde niños.

Y mi padre también me decía que no se explicaba el por qué tantos jugadores profesionales, que entrenaban hasta 6 horas por día, podían errar tanto en sus chutes. Y la explicación también estaba en el destino que no nos incumbe, y que se impregna en las propias leyes de la física. Si un físico conociera el comportamiento de todas las variables  y el modelo matemático exacto, envuelto en un chute, sería capaz de calcular exactamente la trayectoria; como propuesto por el físico francés Pierre Simon Laplace, hace 2 siglos. Una máquina hipotética que consiga calcular algo así ha sido bautizada por los científicos como “el demonio de Laplace”. Y un jugador que tuviera acceso a este demonio, y tuviera su poder en el pie, nunca erraría un disparo. Y tal vez este poder lo podríamos extender para todos los fenómenos del día a día, pudiendo hacer nuestras cosas sin nunca errar, lo que nos haría sentir más seguros, mas no necesariamente más felices; pues no podríamos practicar eso que llamamos de “hacerle barra a un equipo”; o en otro sentido, ejercer eso que los espiritualistas han llamado durante siglos de Fe. Y quien no tuviera acceso a este demonio Laplaciano sería un buen candidato a ser esclavo.


Pero felizmente el azar abraza todas las leyes de la física, y también de los hombres, de sus dioses, y de la FIFA. Y fabricar el demonio de Laplace es en la práctica inviable, pues el aparato se cae por la propia complejidad de la naturaleza. Y tal vez Dios vence al diablo por ese complejo mecanismo de aleatoriedad presente en la vida; por eso que llamamos, hasta paradójicamente, de destino. Gana por un drible  artístico al estilo Neymar, Messi o James Rodríguez.

Para ver un bello efecto de las leyes de la física citadas aquí vale la pena ver el gol de Nelinho, ese artista del chute, en el mundial de 1978: Gol de Nelinho.