sábado, 30 de abril de 2016

Cotidiano, equivalencias y ecuaciones


Algunos dicen que la música es la más matemática de las artes. Es como si Euterpe, musa de la música (proveniente de los vientos), especialmente de la flauta, tuviera algo de Urania, aquella musa de la astronomía, de la poesía didáctica y de las ciencias exactas. Debe ser porque la música trabaja con escalas, con formulaciones definidas para la creación de acordes, con ondas sonoras medidas en hertz (o vibraciones por segundo) con relaciones exactas de frecuencias entre los tonos; cosas parecidas con las que   físicos e ingenieros trabajan en su día a día. Pero si hablamos de ondas, todos sabemos que la luz tiene algo de ellas. Tan es así que los colores también pueden ser medidos en hertz, pues son provenientes del tipo de luz reflejada por los objetos. Si aplicamos estas ideas diríamos que los pintores también trabajan con ondas, y casi siempre sin saberlo. 

¿Y qué decir de las artes escritas, tal como la poesía, la narrativa y de la historia (al final de cuentas Clío era la musa de la epopeya)? Bueno, si decimos que la base de la matemática es esa equivalencia de los objetos, de los discursos, eso que llamamos de ecuación (tal como aquella famosa de Einstein: E = M×C2) tendríamos pistas y rastros para seguir. 

Esa ecuación mencionada nos dice que la Energía (E) es igual a la multiplicación de la Masa (M) por la velocidad de la luz elevada al cuadrado (C2). La propia descripción de la fórmula menciona objetos concretos, discursos, hasta metáforas, siendo ella misma un discurso. Decir que la luz de tus ojos es la guía de mis sueños” de cierta manera es una relación de equivalencia, una igualdad, una ecuación, y lo mismo podríamos decir de cualquier metáfora semejante. 

De la misma forma podríamos trazar equivalencias literarias, por ejemplo entre Helena de Troya y Remedios la Bella, pues ambas se tornaban inolvidables para cualquier hombre que las mirara. Elena de Troya causó una guerra y varias tragedias. Remedios la bella tuvo que ser retirada de una novela, en el capítulo justo, ante el peligro de hacer inviable el transcurso, de paralizar el texto. 

Borges  dijo alguna vez que todo el psicoanálisis podía ser considerado como literatura; tal vez lo dijo porque Freud era un gran escritor y hasta ganó el premio Goethe, en parte por su obra como literato, tal como consta en el acta firmada en su tiempo por el alcalde de Frankfurt. O tal vez lo señaló porque Popper, un epistemólogo famoso, ya le había negado el rótulo de teoría científica al territorio psicoanalitico. 

Si hablamos de Freud tendremos que adentrarnos en el territorio del diagnóstico, de las causas y de los efectos. “Fulana tiene histeria pues sintió deseos inconfesos, que reprime hasta la actualidad”. De otra forma, podríamos decir que la histeria de fulana es producida por la represión de sus deseos inconfesos, desde niña. Y aquí tendríamos otro tipo de equivalencia, de ecuación, aquella fórmula que iguala dos historias, o dos discursos: el de las causas y el de los efectos.

Diríamos aquí que el principio de equivalente es común en varias áreas, y ciertas cosas que parecen no ser matemáticas lo podrían ser. Por ejemplo, si afirmamos que un ser humano puede ser definido por sus pensamientos, sus sentimientos, sus emociones y sobre todo por sus obras, tendríamos una fórmula, una equivalencia, una ecuación, que aproxima dos discursos (el del sujeto y el de sus atributos). Si llegamos aquí diremos que un juez, cuando dicta su sentencia, hace una relación de equivalencia: fulano cometió un delito, y su pena equivalente es igual a 10 años de prisión.

Es claro que la matemática también se centra en las desigualdades, en las inecuaciones, tal como aquella que nos dice que el promedio aritmético de un conjunto de números es mayor que el promedio armónico del mismo. Sin embargo, las inecuaciones pierden en elegancia con las ecuaciones; ellas son menos concretas, pero dejan más libertad cuando hablamos de  historias, de discursos. Si matemáticamente decimos que a es mayor que b (a > b) y si alguien nos informa que a es igual a 3, existen infinitos valores de b que pueden satisfacer esa inecuación. Por eso si afirmamos que la obra de Degas es diferente de la de Renoir estaremos estableciendo una desigualdad, una inecuación; lo que nos permitirá hacer juicios sobre esos pintores basados en inecuaciones, por ejemplo, decir que la obra del primero es superior a la del segundo (dígase, Degas > Renoir).

Es cierto que no podemos aproximar totalmente los discursos artístico y científico, y a partir de esto hasta podríamos decir que, en el arte, 2 + 2 no es siempre igual a 4: esa  inecuación de lo contingente, el dominio de lo subjetivo, la abertura para lo imposible, el imperio de la incerteza, y de la esperanza.