sábado, 23 de enero de 2010

Poesía y Realidad

Si un escritor quiere decir algo concreto es mejor que deje de lado la poesía y se enverede por los parajes del cuento, de la novela o del ensayo. La razón última de un grande poema es parar el mundo. Y esto no es una metáfora. No queremos decir algo tan directo y tan concreto usando analogías o formas elaboradas con objetivos estéticos.

Nuestro sentido de parar el mundo es literal y no metafórico. Esto nos hace recordar algunos diálogos de Don Juan, el personaje central de las novelas de Carlos Castañeda. Sucede que Don Juan le proponía a su discípulo una serie de pruebas tales como parar el mundo y lanzarse por un abismo, entre otras. Obviamente, necesitamos especificar la realidad del mundo y la especificidad del precipicio propuesto por Don Juan.

Sobre la realidad del mundo podemos citar varias dificultades para abordarla, desde argumentos científicos, filosóficos, espiritualistas y hasta poéticos. Los hindúes la pensaban en el sentido del presente no existente, en el cual se refiere a la dificultad de abordar lo que nosotros denominamos de presente. Por ejemplo si vemos el rostro de nuestra persona amada que está de nuestro lado, esta visión se refiere a la luz que es reflejada en su rostro y que viaja posteriormente a través del espacio hasta llegar hasta nuestra retina. En ese momento la luz se convierte en un señal electro-químico que viaja por el nervio óptico hasta nuestro cerebro. Obviamente la luz tiene una velocidad inmensa, pero es finita. Y por este motivo habrán transcurrido algunos nanosegundos hasta que tengamos algún tipo de información disponible en nuestro complejo sistema cerebro/mente. Para empeorar las cosas, nuestro cerebro gastará algunos otros nanosegundos para procesar la información, hasta que tengamos conciencia de lo que estamos viendo en “ese momento”: o sea la cara de nuestro ser querido. Lo que pretendemos decir aquí, es que estaremos mirando una imagen del pasado.

Todo lo que vemos está en el pasado y esta dificultad está ocurriendo en cada segundo de nuestras vidas. El presente se nos escapa irremediablemente por los tiempos de transmisión y de procesamiento de nuestro sistema nervioso. Por este motivo los antiguos hindúes usaban la conocida frase - mas como un desafío, como un cuestionamiento: “¿quien es capaz de vivir en el presente no existente?”

Si observamos con atención, el problema se nos presenta más grave aún cuando pretendemos conocer el universo, con todos sus objetos conocidos: estrellas, galaxias, agujeros negros, quasars, etc. Los astrónomos saben perfectamente que la mayoría de fenómenos que estudian han ocurrido hace decenas, centenas o millares de años, y lo que podemos observar sobre ellos son meras imágenes de un longincuo pasado, y esto nos hace que inmediatamente aproximemos la astronomía de la arqueología [1].

Por otro lado, sólo podemos ver directamente en una pequeña faja del espectro electromagnético, por ejemplo no podemos ver los rayos infrarrojos, los ultravioleta, los rayos x, gama, etc. Adicionalmente nuestros oídos tienen limitaciones para escuchar sonidos muy graves o muy agudos (por ejemplo los ultrasonidos). Los perros escuchan mejor que nosotros y es bien posible que los gatos o otros animales vean una mayor cantidad de colores [2].

Nuestra mente percibe el universo como imágenes, sonidos y sensaciones, las cuales elaboramos como conceptos mentales, bien limitados por su origen y como fueron procesados por nuestro sistema nervioso. Para resolver este punto necesitamos percibir otra realidad que llamaremos aquí de Realidad. ¿Pero será que ella existe? ¿Y si existe, donde está? ¿Hay algún obstáculo, espacio o precipicio que nos separe de ella?

El yogui Sri Ramana Maharishi preguntaba si nosotros percibíamos alguna diferencia del sentido de realidad entre los estados de vigilia y de sueño profundo. En el estado de sueño profundo no tenemos conciencia de la realidad externa y también no percibimos ningún indicio de realidad interna. No tenemos pensamientos, sueños, todo está parado, y adicionalmente todo está bien. No hay problemas por los cuales preocuparnos ni sufrimiento y por otro lado tenemos un sentido de identidad que no desaparece, no se rompe en el tránsito de ese estado hasta la vigilia (y viceversa). Podemos apreciar que las limitaciones impuestas por los conceptos de tiempo y espacio también desaparecen de manera súbita. El universo está parado, el espacio deja de existir. Esa Realidad existe y lo único que necesitamos es traerla al estado de vigilia. Llamaremos a este posible proceso de elaboración de “hacer la Realidad consciente”. Sólo para expresar una idea o una tarea que podamos abordar.

Vemos que en este sentido la gran dificultad está en nuestra propia mente, que no para de pensar, de crear constantes e interminables diálogos internos. Ella es la que no deja parar el universo, la que impide que la Realidad emerja en el sujeto como Conciencia.

Finalmente, podemos decir que la poesía se escribe en nuestro universo humano con palabras y con silencios, los cuales el poeta maneja adecuadamente para crear un efecto concreto: tocar el lector en los más interno, en lo más profundo de su ser. Más que hacerlo reflexionar, pretende que el lector pare por algunos segundos, abriendo un espacio para percibir esa Realidad, que no tiene limitaciones físicas, pues está más allá del universo que percibimos y más allá de las ideas que discursamos mentalmente. Nos es por acaso que los poetas le canten a la noche, a la noche profunda, a la noche cíclica, a la noche tranquila, a la noche estrellada, en donde las vivencias de esa Realidad se hacen potenciales; se hacen posibles por la quietud de la mente que se abre a los preámbulos del estado del sueño profundo, en donde intuimos nuestra verdadera identidad, ilimitada y eterna (más allá del espacio-tiempo…).

Para vivenciar esa realidad necesitamos parar el mundo y tener coraje de lanzarnos a ese precipicio (o tal vez cruzarlo con profunda entrega). Y ésto se nos se nos presenta como un amoroso llamado, latente y actuante; esa sonrisa de bienvenida, esos amorosos brazos abiertos... Un llamado compasivo que sólo nos pide algo de desapego y de un mirar atento y tranquilo. Y que no nos habla con metáforas pues usa el lenguaje más directo que se nos haya sido ofrecido. Ese silencio amoroso que toca poeticamente el corazón.


----------------------------notas --------------------------------------------

[1] Esto nos permitiría hablar mejor de “arqueología del universo”, mejor que usar simplemente el término “astronomía”. Lo peor de todo es que esto se aplica también (tal vez en menor escala dramática) a todas las percepciones que vemos y sentimos a cada instante, de proveniencia interna o externa.

[2] Podemos imaginarnos aquí qué cantidad de obras de arte podrían haberse creado con estas posibilidades que nuestros sentidos no consiguen detectar: otros colores, texturas, etc. O qué otras innumerables sinfonías hubieran podido ser compuestas con una nueva e inmensa variedad de sonidos, que serían posibles de ser transmitidos en la forma de ondas sonoras.

miércoles, 13 de enero de 2010

Un comentario sobre Avatar (la película)

No es la conciencia la que determina la vida, es la vida la que determina la conciencia”. (Karl Marx)

Asistir a la película del director y productor James Cameron ha producido en nosotros una reflexión general sobre lo que ocurre actualmente en nuestro planeta. En este difícil contexto, podemos citar como hechos concretos y actuales las reincidentes guerras fraticidas, el fanatismo constante permeando la política, la religión y hasta la propia ciencia; esta última producto de duros ciclos de evolución en diferentes áreas del conocimiento.

Hablando sobre el tema del fanatismo podemos observar algunos aspectos que pueden describir su morfología. En este caso, prestaremos especial atención a la emoción del miedo. No es un miedo cualquier del que estamos tratando aquí, pues se nos presenta, en este caso, como un miedo que está más allá del peligro de desaparecer, de perder la vida o la conciencia, causado por un dolor insoportable y mortal. En verdad la emoción que aparece entrelazada en el fenómeno del fanatismo es el miedo a la condena eterna, al dolor eterno del cual nadie ni nada nos podrían salvar. En este caso se nos presenta, adicionalmente a la figura de la víctima, la figura del salvador. Obviamente, si el dolor y la catástrofe a las cuales tememos tienen estas características de atemporalidad (por su eternidad) e infinitud (por su intensidad) la figura del salvador se nos presenta con vital urgencia. En esta extraña situación no hay espacio dentro de nosotros para observar nuestro entorno, interno y externo, sobre el cual podríamos observar la totalidad del fenómeno (o sea, no tenemos distancia). Adicionalmente, no existe la posibilidad de observarnos a nosotros mismos con profunda y amplia honestidad.

Intentando describir esta sutil arquitectura emocional podríamos observar en la dualidad condenado/salvador un vacío que necesitamos elaborar: el sujeto. Este término podrá ser contrapuesto al binomio condenado/salvador si conseguimos elaborarlo de manera adecuada, por lo menos ésta es nuestra hipótesis. Podríamos intentar en este caso abordar el tema del sujeto condenado. En este escenario podríamos preguntar: ¿quien está o puede ser condenado a tan temerario sufrimiento?

Obviamente, la pregunta puede tener una respuesta rápida: yo, tú, nosotros… Pero si observamos este tipo de respuesta detenidamente veremos que ella no nos responde adecuadamente y termina por parecernos trivial. Al final, la misma no elimina nuestro inconmensurable temor a una posible infinita y eterna condena.

Si queremos discernir sobre el sujeto tendremos que abordar el tema no desde el punto de vista conceptual, pues los argumentos que podamos esgrimir no dejarían de ser meras ideas, elucubraciones en el campo intelectual que, con razón, siempre nos dejarían inseguros. Esto puede ser entendido desde el punto de vista de que todo argumento tiene un punto débil, el cual puede ser atacado. Esto nos da la clara sensación de que no existen verdades definitivas y que siempre podremos modificar, rebatir y mejorar las opiniones que tengamos sobre cualquier cosa (al fin y al cabo es algo muy humano…).

En el área de la matemática la incomodidad con los argumentos resulta obvia, sobre todo después de los trabajos de Kurt Gödel, famoso matemático austriaco (1906-1978). Lo que Gödel demostró con un famoso teorema es que cualquier sistema lógico, basado en un número finito de principios básicos (que los podremos llamar aquí de axiomas) y que sea garantidamente siempre consistente (o sea sin la existencia de contradicciones) irá a contener afirmaciones -teoremas- que nunca podrán ser probadas, dentro de las reglas propuestas. Este resultado parece ser bien dramático, pues nos señala que en cualquier sistema matemático formal y rigorosamente propuesto existen teoremas que jamás podrán ser demostrados, o afirmaciones que no podrán ser definidas como verdaderas o falsas… Esto nos indica que ningún sistema lógico/matemático se basta a sí mismo, y que no posee la capacidad de “autocomprenderse completamente”. En este caso será necesario crear un sistema mayor y más completo para comprender el menor. Y esto nos muestra que siempre necesitaremos de sistemas cada vez mayores y complejos para comprender totalmente lo que vengamos a proponer, en una cadena interminable que vera las fronteras de la infinitud.

Esta impactante descubierta de Gödel [1] aumenta nuestra desconfianza en respuestas argumentativas sobre temas complejos, como aquellos relacionados con la identidad o con el abordaje del tema del sujeto. En este caso podremos afirmar que temas con estas características son trascendentales y que para ellos necesitaremos de otros tipos de herramientas o abordajes, que tal vez dejen de ser conceptuales [2].

Respuestas apropiadas al tema del sujeto y sus connotaciones, como por ejemplo responder a aquella pregunta sobre qué realmente somos, tendrán que ser dadas sin ideas, sin pensamientos, sin teologías, y no tendremos otra salida sino la de buscar directamente en la fuente, o sea, dentro de nosotros mismos. Si las ideas o las herramientas intelectuales no nos satisfacen plenamente tendremos que ir más allá de ellas, silenciarlas, por lo menos temporariamente, de manera delicada y cuidadosa. Y esto será decidido por cada uno de nosotros, sin imposiciones. Sin ideas ni argumentos como base de nuestra experiencia de identidad, o de sujetos, el fanatismo deja de existir, desaparece súbitamente, deja de tener sentido (las emociones tenderán a equilibrarse por la elaboración silenciosa). No tendremos sectas, y hasta las propias religiones tendrán que encaminar sus fieles a sumergirse en el silencio, en donde no hay padre ni pastor, ni guía que den sermones o explicaciones sobre los textos sagrados, pues lo sagrado será vivido en ese espacio y de manera silenciosa, por cada uno, sin intermediarios [3].

A esta experiencia le podremos dar un nombre, que no la explica. La podremos llamar de Conciencia. Pero es solo un nombre para nombrar algo que no puede ser dicho, ni definido, ni abordado.

En la película Avatar tenemos, entre otros, estos temas: el sujeto, el salvador, la conciencia. Tenemos una civilización invasora, sin conciencia (o con un nivel muy bajo de la misma), como las que invadieron América desde la conquista española, portuguesa, inglesa, holandesa, francesa… Y una civilización con un grado de conciencia mayor, que podría haber sido extinguida, pero tal vez la Conciencia permanecería (buscando nuevas formas para manifestarse). La Conciencia es la salvadora, pues no se refiere a un sujeto específico o a un pueblo determinado. Ella liga la naturaleza como un todo, incluyendo todos los seres y reinos. Y da oportunidad para todos sin diferencias de clase, raza, color, especie, proveniencia...

Y ahora hasta podríamos responder a la famosa frase de Marx diciendo que “es la Conciencia la que salva y da sustentación a la Vida”.

---------------- notas ---------------------------------------------------------------

[1] El trabajo de Gödel ven siendo reconocido como una de las más grandes contribuciones científicas del siglo 20, junto con la relatividad, la física quántica y las bases de los mecanismos que rigen el genoma.

[2] La diferencia entre un lenguaje matemático y nuestro lenguaje coloquial se establece en el nivel del formalismo. Un lenguaje matemático es definido por axiomas y reglas de inferencia que garanticen que todas las proposiciones puedan ser demostradas como verdades o falsedades. En el lenguaje coloquial existe un amplio campo para contradicciones. En el desarrollo de la ciencia la adaptación del lenguaje coloquial a formas más bien definidas y precisas fue esencial, por lo menos históricamente.

[3] Existe un problema para conectarse con la Conciencia y de hecho se hace necesaria una ayuda. Esto nos hace recordar el mito de Ariadne, Teseo y el minotauro. Ariadne entrega el hilo y la espada al héroe que le permitiría regresar sano y salvo después de matar el minotauro. Para adquirir la conciencia tendremos que matar lo que impide su real manifestación en el sujeto (llamaremos a este impedimento de ego), usando la espada dada por el amigo espiritual (al que llamaremos aquí de Maestro). Para regresar sanos y salvos usamos la guía dejada por el Maestro (su rastro, el hilo, su mano sagrada) que se nos presenta como Conciencia pura manifestada.