domingo, 8 de marzo de 2015

Entre torres y escaleras

Carlos, la torre de Babel es un símbolo fálico, pregúntale eso a cualquier sicoanalista. Es un falo que se eleva de la costra terrestre hacia el cielo, para fertilizarlo. Su sentido profundo está en el área del deseo, del trabajo, con varios calificativos posibles, inclusive el de la arrogancia (César Giraldo).

Ante ese comentario de mi amigo Cesar, se me ocurre que la torre de Babel representa la actividad social organizada, para alcanzar algo trascendente, que elimine de una vez por todas el imperio del azar, de lo contingente. Los antiguos ya sabían que Dios sí jugaba a los dados, desde el comienzo de los tiempos, tal como lo afirman hoy los físicos cuánticos. Pues es así que se vence el determinismo de las leyes que no cargan en sí mismas lo aleatorio, lo fortuito, lo impensado.

Y aquí vemos que el libre albedrío sólo es posible introduciendo el azar, por los menos en dosis homeopáticas. Por ejemplo, en la teoría de la relatividad no hay implícito el concepto de libertad, pues no se deja espacio para esto todo es determinado por el rigor de ecuaciones matemáticas. En contraposición en las teorías quánticas, llenas de estadística y probabilidad, hay espacio para lo indeterminado y la libertad aparece, tal vez travestida de incerteza, de ignorancia.

Dios se esconde temporariamente en las leyes determinísticas que aún están por descubrirse. Sin embargo se esconderá para siempre en la estadística y en la probabilidad de los estatutos quánticos, inclusive de aquellos ya descubiertos.

Un ejemplo de cómo el proceso de incerteza es constructivo lo podemos ver en el área de optimización, tema con grandes aplicaciones en la física en la ingeniería. Si queremos encontrar la mayor altura de una superficie, representada por una ecuación matemática, o de una geografía como la cordillera de los Andes, tendremos un problema si estamos impedidos de tener una visión global, tal como lo permitirían las fotos satelitales. Este problema tal vez fue encontrado por los conquistadores españoles, pues si algún soldado llegara a una montaña podría afirmar por su cuenta y riesgo que era la más alta. En casos así algunas técnicas de optimización, que abrazan lo estocástico como su base de búsqueda, generan un número aleatorio que define la forma de escoger y recorrer un nuevo camino (como lanzando un dado) impulsándonos vivir una nueva aventura; que si bien no garantiza el encontrar algo mejor por lo menos nos aleja (por una patada en el trasero) de la estagnación.

O sea, la libertad está en la estructura fortuita de la vida, y como efecto colateral ganamos el miedo, ese perro enemigo que se esconde en cualquier tiempo, en cualquier canto.

Pero el esfuerzo grupal de elevar su estructura, tal como ocurrió en la citada torre, nos lleva a cumbres nubilosas, en donde perdemos la visión de profundidad y de lateralidad. En la pérdida de unicidad en nuestra visión se generan los saberes, los puntos de vista, la especulación, el argumento, la demostración y las ciencias. Y este sería el sentido de la metáfora de la diáspora lingüística, narrada por la biblia, no refriéndose a las lenguas sino a los saberes.

Y es sabido que el lenguaje, como representación del mundo, está lleno de inconsistencias, en donde el significado se enriquece en el contexto, en el caso particular, y que sólo tiene valor absoluto en el aquí y ahora de un sujeto, o del lector. Sin embargo, como nos dice el viejo Wittgenstein, nada existe fuera del lenguaje, y por lo tanto el mismo sería la verdadera frontera de las ciencias, de los saberes, de la filosofía, de las especulaciones. Y en este proceso podemos vislumbrar también el hecho de que los saberes son generados en lo particular y compartidos en la esfera social, dejando por fuera cualquier posibilidad a la unanimidad, hecho que se comprueba hasta en las teorías científicas, que siempre están siendo examinadas en sus verdades.

La construcción de la torre representa un paso de lo individual para lo social; siendo un esfuerzo colectivo para dominar la naturaleza, plenamente plasmado en el ideal iluminista, del cual Marx hacía parte. Esta separación implícita entre hombre y naturaleza es mediada, según Marx, por la actividad del trabajo. Si la naturaleza es externa, el trabajo desmonta esta externalización, mas esa dualidad en el fondo no es superada totalmente, por causa de la persistencia de una visión egocéntrica plasmada en la necesidad humana de dominar lo externo.

Esa separación entre naturaleza y humanidad puede ser vista como una discontinuidad, que comenzó a ser desmontada por Darwin y los evolucionistas, situando lo humano más cerca de lo natural. En este punto de vista el golpe final, después de varios otros, llega con el descubrimiento de Crick y de Watson sobre el DNA y la dupla hélice, lo que nos muestra claramente que la base de la naturaleza es prácticamente la misma, para humanos, simios, langostas, plantas, bacterias y virus.

En contraposición a la torre de Babel, el libro del génesis nos deja otra historia similar en su estructura, la escala de Jacob, que fue revelada en un sueño (y pintada bellamente en un cuadro por el poeta William Blake). Sin embargo, esta estructura no es construida, pues ya estaba cimentada desde el origen de los tiempos, siendo usada por ángeles para deambular entre el cielo y la tierra, entre lo que no tiene dimensión temporal y aquello que podemos vivenciar como humanos, como historia. Y colocamos aquí la dimensión temporal en plural, para denotar los tiempos físicos, psicológicos, inclusive las estructuras temporales que impregnan el arte, sobre todo la literatura.

La diferencia entre la torre de Babel y la escala de Jacob está situada en la discrepancia entre lo humano y lo divino. La primera pertenece a la esfera del deseo, del trabajo, tal vez en el sentido freudiano y marxista; la segunda está en la esfera de la revelación, de la posibilidad, de la promesa. Y esta última (la escala) hasta puede ser conocida en su estructura, pero tiene todas las chances de permanecer desconocida en su total significado, tal como ocurre con la escalar dupla hélice de Crick y Watson.

Y tal vez algún día podremos verificar que la torre de Babel está ligada con las teorías determinísticas (las clásicas), por ejemplo la física newtoniana y relativista. En cuanto que la escala del patriarca estaría en el ámbito de la magia cuántica, en lo onírico, en las posibilidades, en las imposibilidades, en la levedad de las partículas, en la simultaneidad, en la sincronicidad jungiana, en la brecha y en la discontinuidad entre lo objetivo y el subjetivo, en la silenciosa creatividad y por qué no en el arte.

lunes, 2 de marzo de 2015

Una crítica a la crítica



Nuestra literatura está marcada por el despiadado divorcio que la institución literaria mantiene entre el fabricante y el usuario del texto, su propietario y su cliente, su autor y su lector” (Roland Barthes)

Ante esa pasividad y prisión a la que se el lector es condenado, como nos insinúa Roland Barthes en su obra S/Z, podríamos intentar comprender la estructura de la fábrica de la literatura, por lo menos en la cultura occidental.   Sobre este tema el mismo filósofo nos complementa más adelante diciendo: “la lectura no es más que un referéndum”, y en este contexto existe un veredicto postrero del lector: “el texto se acepta o se rechaza”, lo que significaría algo como esto: o el texto nos toca o pasa desapercibido. Y en este proceso podemos percibir algo  que nos puede llevar a emocionarnos (o a vincularnos) con un escrito, o con una obra de arte (si tenemos suerte), lo que nos remite al plano de la estética. Sobre esto Barthes nos dice: “la belleza (al contrario de la fealdad) no puede explicarse realmente…”, lo que la deja por fuera de la crítica. Y complementado su explicación nos afirma: “como un Dios (tan vacía como él) la belleza sólo puede decir: soy la que soy”.

O sea, si extrapolamos el raciocinio diríamos que la crítica sólo puede alcanzar lo feo, lo incompleto, lo que cabe en el discurso, en el ejercicio de la retórica y del análisis, en lo que atañe al texto, a la memoria. Cuando algo nos impresiona por su belleza, crea memoria, mas no es una memoria discursiva, descriptiva. Es una memoria de impresiones, de emociones, y cuanto más profunda se presenta más envuelta de silencio está, más ocupada de conciencia. Y por este motivo, en esas circunstancias, en el plano de la síntesis, la crítica enmudece; no por la voluntad, sino por su falta de munición.

Y aquí hay varios caminos para recorrer: ¿por qué existe esa brecha entre el autor y el lector? ¿Por qué el lector sólo tiene un veredicto de aceptación o de rechazo posible? ¿Por qué existe la crítica literaria? La respuesta la podemos vislumbrar en la forma como la literatura se crea en la sociedad, y hasta podríamos tomar términos marxistas: ¿cómo funcionan los medios de producción con respecto a la industria literaria? En este sentido, la industria literaria está vinculada a la industria del libro y, siendo así, tiene su historia vinculada al destino libresco, de ser la memoria de los textos posibles, teniendo en cuenta objetivos artísticos, religiosos, científicos, económicos y políticos. Si guardar algo en la memoria es importante, pues nos permite tomar ventaja de la experiencia, el libro es poder, siendo así la memoria de la memoria.

El libro también amplía el contexto de la memoria de lo individual a lo colectivo, pero su información sólo va en un sentido, del autor para el lector, su flecha es unidireccional; tal como la flecha del tiempo, de la que hablan los físicos de la termodinámica y de la cosmología, y que está estrechamente vinculada a la expansión del universo. Y si hablamos de ese fenómeno en la física debemos recordar que el mismo tiene su efecto colateral: la entropía, la tendencia al desorden, del cual la vida y la naturaleza representan sólo una pequeña isla.

En este sentido la crítica viene en contrasentido: de un lector especializado hacia el autor, a pesar de la obra autoral ser escrita para el público en general. Es el retorno, el feedback, que pretende dar orden al universo literario. Sobre los críticos, me vienen a la cabeza dos juicios diferentes, que serían una especie de crítica a la crítica. La primera es del protagonista de El Túnel (la novela de Ernesto Sábato), en donde el sujeto se queja de cómo un crítico, que no es artista del área, pueda juzgar una obra. O sea, en esta perspectiva los únicos posibles críticos literarios deberían ser los propios escritores. El otro juicio es el del escritor Mario Vargas Llosa, quien en una entrevista dejaba a entender que el bajón actual de la calidad de la producción literaria sería por falta de críticos de buena calidad. Y aquí, el crítico sería una especie de organizador, el que alivia y nos salva de la entropía.

Pero volviendo al tema de los medios de producción literarios podemos verificar que el crítico no es más que una profesión vinculada a los propios medios, al sentido unidireccional del texto. Si McLuhan nos dice que el medio es el mensaje, en el sentido de que la estructura de los medios de comunicación moldea y define el significado del mensaje, así como el lecho de un rio define su curso, su topología, su geografía; de la misma manera la industria literaria define el ejercicio de la crítica, pues necesita de la profesión de crítico por la necesidad de un feedback; no para avalar la calidad, sino para garantizar su poder. Y si hablamos de poder, tenemos que admitir que estamos hablando de un fenómeno político, y si hablamos de política estaremos hablando de economía y, por lo tanto, de dinero (gracias a Dios existen los marxistas).

Y si podemos decir que la moderna industria literaria está vinculada a la industria libresca, esta última está fincada en un invento: la imprenta de Gutenberg (que lleva más de 500 años). Pero como el tiempo no para, los desarrollos de la informática, de la electrónica, bien fundamentados en los avances de la física y de la química, nos llevan a otro nivel de abstracción: el hipertexto y la web.

O sea, los medios de producción de la literatura se están estremeciendo en sus columnas, en sus vigas, por las posibilidades ofrecidas por el hipertexto (prestado por la web), que puede ser configurado por autores de manera concurrente con el ejercicio de la escrita. El término hipertexto fue acuñado por el filósofo norteamericano Tedy Nelson, en un famoso artículo titulado “Structure for the complex, the changing, and the indeterminant”, publicado en 1965. En su propuesta hacía referencia a otro famoso trabajo, más antiguo, del también norteamericano Vannevar Bush, quien en 1945 proponía la creación de una máquina para almacenar y recuperar informaciones (llamada de Memex), sin el uso de indexadores o índices remisivos (tal como ocurre en los libros), usando por su vez asociaciones, trabajando sobre listas de documentos almacenados en conjunto sobre un soporte de hardware. En su artículo Tedy Nelson propone las estructuras básicas de información que deben ser creadas, basadas en elementos de información (entradas), listas de entradas y ligaciones entre listas (links). A pesar de la web no contener todas las propuestas originales de Tedy Nelson, la misma nos remite a ciertas características originales: la indexación por asociación y la imposibilidad de entender su estructura en dos dimensiones (por ejemplo, sobre una hoja de papel), pues su naturaleza es típicamente abierta,  dinámica y multidimensional.

Lo que hoy nos ofrece la web es una estructura de información aún más compleja, envolviendo textos, figuras, sonidos, videos, etc., llegando a la idea de hipermedia, término también acuñado por Nelson. Su estructura está configurada por las informaciones de diferentes tipos, que pueden ser ligadas según la voluntad del autor, siendo que el retorno por parte de los lectores puede venir directamente de un lector normal, que no tenga ganado su título de crítico.

Un recurso importante de las nuevas tecnologías es la posibilidad del lector alterar el texto original, mediante comentarios, o nuevos parágrafos, si el autor lo permite, recreando la obra y colocando en jaque también el papel de autor.

La ligación (el link) permite que la información textual sea más rica y dinámica, tal como ocurre realmente con la memoria de un ser humano, en donde un recuerdo llama a otro, generando nuevas emociones que se apagan o se refuerzan al vaivén de la vida. Y si las ligaciones juntan algunos recuerdos con otros, ellas mismas hacen parte de la información, inclusive ganando más destaque que la propias informaciones de contenidos. Y algunas ligaciones llegan a ser más fuertes que otras, pudiendo alterarse con el tiempo, inclusive llegando a desaparecer, siguiendo la metáfora de la entropía de los físicos.

Y si los links nos permiten enriquecer el texto con imágenes, sonidos y videos, la tarea del crítico literario deberá dejar de ser meramente textual, pues los contenidos se están convirtiendo en elementos multifacéticos, y con características dinámicas. Y el protagonista de la novela de Ernesto Sábato tendrá cada vez más razón, pues es imposible ser especialista en todas las artes; y el papel de crítico defendido por Vargas Llosa perderá cada vez más su validad, tal como ocurre con los productos perecibles en los supermercados. Adicionalmente, si el link enriquece el mensaje, incluyendo contenidos no textuales, el mismo elevará su nivel de abstracción, aproximándonos a ese silencio inalcanzable por la crítica, haciéndonos sentir vinculados con los contenidos de otros autores, o sea llevándonos a esa mudez de la belleza expuesta por Roland Barthes.

Y si el libro representa la memoria de la memoria, el hipertexto, provisto de la web, representa la memoria de las asociaciones posibles, pudiendo llevar a ser también la asociación de las asociaciones. Y en este sentido, las propias asociaciones, en sus diferentes jerarquías, llegan a ser más importantes que los contenidos en forma de textos, o de otras medias; pues su estructura está fundamentada en las ligaciones dinámicas (los links, en forma de iconos), que se hacen y se deshacen en tiempo real, por la voluntad de autores y de lectores, enriqueciendo el texto, pues el valor de su contenido deja de ser en sí, para ser relativo. O sea, el valor del texto va a depender de su asociación con otro, inclusive hecho por otro autor: “sólo tendré valor si alguien me asociar sabia y bellamente con otro”. O sea, si el medio es el mensaje, el significado de este último es que los más de cien años de soledad de esta humanidad están próximos a su fin, y que no habrán más papeles fijos para los roles de autor, de lector y de crítico.