lunes, 2 de marzo de 2015

Una crítica a la crítica



Nuestra literatura está marcada por el despiadado divorcio que la institución literaria mantiene entre el fabricante y el usuario del texto, su propietario y su cliente, su autor y su lector” (Roland Barthes)

Ante esa pasividad y prisión a la que se el lector es condenado, como nos insinúa Roland Barthes en su obra S/Z, podríamos intentar comprender la estructura de la fábrica de la literatura, por lo menos en la cultura occidental.   Sobre este tema el mismo filósofo nos complementa más adelante diciendo: “la lectura no es más que un referéndum”, y en este contexto existe un veredicto postrero del lector: “el texto se acepta o se rechaza”, lo que significaría algo como esto: o el texto nos toca o pasa desapercibido. Y en este proceso podemos percibir algo  que nos puede llevar a emocionarnos (o a vincularnos) con un escrito, o con una obra de arte (si tenemos suerte), lo que nos remite al plano de la estética. Sobre esto Barthes nos dice: “la belleza (al contrario de la fealdad) no puede explicarse realmente…”, lo que la deja por fuera de la crítica. Y complementado su explicación nos afirma: “como un Dios (tan vacía como él) la belleza sólo puede decir: soy la que soy”.

O sea, si extrapolamos el raciocinio diríamos que la crítica sólo puede alcanzar lo feo, lo incompleto, lo que cabe en el discurso, en el ejercicio de la retórica y del análisis, en lo que atañe al texto, a la memoria. Cuando algo nos impresiona por su belleza, crea memoria, mas no es una memoria discursiva, descriptiva. Es una memoria de impresiones, de emociones, y cuanto más profunda se presenta más envuelta de silencio está, más ocupada de conciencia. Y por este motivo, en esas circunstancias, en el plano de la síntesis, la crítica enmudece; no por la voluntad, sino por su falta de munición.

Y aquí hay varios caminos para recorrer: ¿por qué existe esa brecha entre el autor y el lector? ¿Por qué el lector sólo tiene un veredicto de aceptación o de rechazo posible? ¿Por qué existe la crítica literaria? La respuesta la podemos vislumbrar en la forma como la literatura se crea en la sociedad, y hasta podríamos tomar términos marxistas: ¿cómo funcionan los medios de producción con respecto a la industria literaria? En este sentido, la industria literaria está vinculada a la industria del libro y, siendo así, tiene su historia vinculada al destino libresco, de ser la memoria de los textos posibles, teniendo en cuenta objetivos artísticos, religiosos, científicos, económicos y políticos. Si guardar algo en la memoria es importante, pues nos permite tomar ventaja de la experiencia, el libro es poder, siendo así la memoria de la memoria.

El libro también amplía el contexto de la memoria de lo individual a lo colectivo, pero su información sólo va en un sentido, del autor para el lector, su flecha es unidireccional; tal como la flecha del tiempo, de la que hablan los físicos de la termodinámica y de la cosmología, y que está estrechamente vinculada a la expansión del universo. Y si hablamos de ese fenómeno en la física debemos recordar que el mismo tiene su efecto colateral: la entropía, la tendencia al desorden, del cual la vida y la naturaleza representan sólo una pequeña isla.

En este sentido la crítica viene en contrasentido: de un lector especializado hacia el autor, a pesar de la obra autoral ser escrita para el público en general. Es el retorno, el feedback, que pretende dar orden al universo literario. Sobre los críticos, me vienen a la cabeza dos juicios diferentes, que serían una especie de crítica a la crítica. La primera es del protagonista de El Túnel (la novela de Ernesto Sábato), en donde el sujeto se queja de cómo un crítico, que no es artista del área, pueda juzgar una obra. O sea, en esta perspectiva los únicos posibles críticos literarios deberían ser los propios escritores. El otro juicio es el del escritor Mario Vargas Llosa, quien en una entrevista dejaba a entender que el bajón actual de la calidad de la producción literaria sería por falta de críticos de buena calidad. Y aquí, el crítico sería una especie de organizador, el que alivia y nos salva de la entropía.

Pero volviendo al tema de los medios de producción literarios podemos verificar que el crítico no es más que una profesión vinculada a los propios medios, al sentido unidireccional del texto. Si McLuhan nos dice que el medio es el mensaje, en el sentido de que la estructura de los medios de comunicación moldea y define el significado del mensaje, así como el lecho de un rio define su curso, su topología, su geografía; de la misma manera la industria literaria define el ejercicio de la crítica, pues necesita de la profesión de crítico por la necesidad de un feedback; no para avalar la calidad, sino para garantizar su poder. Y si hablamos de poder, tenemos que admitir que estamos hablando de un fenómeno político, y si hablamos de política estaremos hablando de economía y, por lo tanto, de dinero (gracias a Dios existen los marxistas).

Y si podemos decir que la moderna industria literaria está vinculada a la industria libresca, esta última está fincada en un invento: la imprenta de Gutenberg (que lleva más de 500 años). Pero como el tiempo no para, los desarrollos de la informática, de la electrónica, bien fundamentados en los avances de la física y de la química, nos llevan a otro nivel de abstracción: el hipertexto y la web.

O sea, los medios de producción de la literatura se están estremeciendo en sus columnas, en sus vigas, por las posibilidades ofrecidas por el hipertexto (prestado por la web), que puede ser configurado por autores de manera concurrente con el ejercicio de la escrita. El término hipertexto fue acuñado por el filósofo norteamericano Tedy Nelson, en un famoso artículo titulado “Structure for the complex, the changing, and the indeterminant”, publicado en 1965. En su propuesta hacía referencia a otro famoso trabajo, más antiguo, del también norteamericano Vannevar Bush, quien en 1945 proponía la creación de una máquina para almacenar y recuperar informaciones (llamada de Memex), sin el uso de indexadores o índices remisivos (tal como ocurre en los libros), usando por su vez asociaciones, trabajando sobre listas de documentos almacenados en conjunto sobre un soporte de hardware. En su artículo Tedy Nelson propone las estructuras básicas de información que deben ser creadas, basadas en elementos de información (entradas), listas de entradas y ligaciones entre listas (links). A pesar de la web no contener todas las propuestas originales de Tedy Nelson, la misma nos remite a ciertas características originales: la indexación por asociación y la imposibilidad de entender su estructura en dos dimensiones (por ejemplo, sobre una hoja de papel), pues su naturaleza es típicamente abierta,  dinámica y multidimensional.

Lo que hoy nos ofrece la web es una estructura de información aún más compleja, envolviendo textos, figuras, sonidos, videos, etc., llegando a la idea de hipermedia, término también acuñado por Nelson. Su estructura está configurada por las informaciones de diferentes tipos, que pueden ser ligadas según la voluntad del autor, siendo que el retorno por parte de los lectores puede venir directamente de un lector normal, que no tenga ganado su título de crítico.

Un recurso importante de las nuevas tecnologías es la posibilidad del lector alterar el texto original, mediante comentarios, o nuevos parágrafos, si el autor lo permite, recreando la obra y colocando en jaque también el papel de autor.

La ligación (el link) permite que la información textual sea más rica y dinámica, tal como ocurre realmente con la memoria de un ser humano, en donde un recuerdo llama a otro, generando nuevas emociones que se apagan o se refuerzan al vaivén de la vida. Y si las ligaciones juntan algunos recuerdos con otros, ellas mismas hacen parte de la información, inclusive ganando más destaque que la propias informaciones de contenidos. Y algunas ligaciones llegan a ser más fuertes que otras, pudiendo alterarse con el tiempo, inclusive llegando a desaparecer, siguiendo la metáfora de la entropía de los físicos.

Y si los links nos permiten enriquecer el texto con imágenes, sonidos y videos, la tarea del crítico literario deberá dejar de ser meramente textual, pues los contenidos se están convirtiendo en elementos multifacéticos, y con características dinámicas. Y el protagonista de la novela de Ernesto Sábato tendrá cada vez más razón, pues es imposible ser especialista en todas las artes; y el papel de crítico defendido por Vargas Llosa perderá cada vez más su validad, tal como ocurre con los productos perecibles en los supermercados. Adicionalmente, si el link enriquece el mensaje, incluyendo contenidos no textuales, el mismo elevará su nivel de abstracción, aproximándonos a ese silencio inalcanzable por la crítica, haciéndonos sentir vinculados con los contenidos de otros autores, o sea llevándonos a esa mudez de la belleza expuesta por Roland Barthes.

Y si el libro representa la memoria de la memoria, el hipertexto, provisto de la web, representa la memoria de las asociaciones posibles, pudiendo llevar a ser también la asociación de las asociaciones. Y en este sentido, las propias asociaciones, en sus diferentes jerarquías, llegan a ser más importantes que los contenidos en forma de textos, o de otras medias; pues su estructura está fundamentada en las ligaciones dinámicas (los links, en forma de iconos), que se hacen y se deshacen en tiempo real, por la voluntad de autores y de lectores, enriqueciendo el texto, pues el valor de su contenido deja de ser en sí, para ser relativo. O sea, el valor del texto va a depender de su asociación con otro, inclusive hecho por otro autor: “sólo tendré valor si alguien me asociar sabia y bellamente con otro”. O sea, si el medio es el mensaje, el significado de este último es que los más de cien años de soledad de esta humanidad están próximos a su fin, y que no habrán más papeles fijos para los roles de autor, de lector y de crítico.
 

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