¿Somos dioses, en el sentido de que actuamos como «creadores» cuando usamos nuestras tecnologías? Tal vez sí. Pero también somos destructores en dos frentes: por los efectos colaterales de nuestras «creaciones» y porque transformamos características de la materia consumiendo energía o liberándola, por ejemplo, en la fisión nuclear. Creo que esa particularidad tiene un rostro de simultaneidad (creadores y destructores al mismo tiempo), algo que ya Hegel había observado con su dialéctica, por cierto muy mal entendida, inclusive por sus sucesores marxistas. El problema actual es que no podemos controlar (o no queremos) los efectos colaterales de nuestras tecnologías y acciones. Y es difícil, si aceptamos que nuestras tendencias creadoras y destructivas deambulan en nuestra psiquis sin ningún control. Freud llamó a estas últimas instinto de muerte (Tanatos) y se lo hizo notar a Einstein en una misiva famosa. Y estas dos tendencias tienen dos características, bien estudiadas, en teoría de sistemas computacionales: paralelismo y concurrencia. En el primer caso, tenemos un aspecto esencial de la dialéctica real (y sin tapujos), y en el segundo caso, los procesos concurren por recursos utilizables y deben permanecer en filas hasta ser atendidos. Tal vez los impulsos destructivos también se presenten externamente en la forma de guerras porque nadie acepta, de buen grado, permanecer en una fila. Así, creo que lo destructivo tiene dos vertientes simultaneas: nuestros propios instintos conflictivos internos y los efectos colaterales externos de nuestras acciones/tecnologías, que vagan sueltos como forajidos. Hay una cosa interesante, en la mitología hindú tenemos la fuerza destructiva como algo sagrado, necesario y transformador (la llaman Shiva); una fuerza que trabaja en el plano sintético. En el cristianismo, si somos coherentes y algo audaces, sería el Espírito Santo, que representaría la síntesis equilibrada; o sea, la acción destructiva revolucionaria, en donde tenemos control, conciencia y responsabilidad asumida sobre todos los efectos directos y colaterales de nuestras tecnologías. Este proceso nunca fue explicado claramente por curas y pastores pues, lejos de cualquier teología, sacraliza todo tipo de transformación que guarde aspectos de equilibrio, de responsabilidad que cada uno debe asumir en sus quehaceres diarios, ejerciendo su libre albedrío y, además, representa el aspecto pedagógico intrínseco de la vida. Solo así nos convertiremos en creadores eficientes y jugaremos no a ganar sino a empatar, con la dinámica de un jugador de ajedrez que hace una jugada pensando cómo va a reaccionar su contrincante. La ética del empate significa que estamos comprometidos en transformar conservando un equilibrio latente, lo que es esencial en la geopolítica actual, donde la naturaleza es nuestra contraparte, donde toda ambición de victoria contra ella equivale a un pasito hacia un suicidio colectivo.
(Carlos Humberto Llanos)
Muy buena reflexión. Creo que en la historia conocida de la humanidad esas dos fuerzas como impulsos, de crear y de destruir, siempre van de la mano pero no en la misma intensidad. A veces parece sobreponerse la destructiva pero en eso parece ser más sabia la naturaleza. Usualmente prima la creadora, aunque parezca ser menos rentable de acuerdo con los parametros como hoy medimos los resultados de nuestras acciones.
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