martes, 18 de enero de 2022

Algo sobre anarquismo epistémico


Hélio Schwartsman es un columnista del periódico Folha de Sao Paulo, el más prestigioso y confiable del Brasil. Hace pocos días escribió una columna llamada Tiempos sombríos en la ciencia, título impactante, tal vez exagerado si se trata de criticar el discurso científico, que por sus resultados, más que por sus argumentos, se ha ganado la confianza de la mayoría de las personas. Es que si se trata de verificar los argumentos encapsulados dentro de los discursos tenemos las variedades; pues lo que nos dicen los curas, pastores, brahmanes, chamanes, cartomantes y astrólogos son narrativas basadas en algún principio, con argumentaciones derivadas a partir de algunas reglas, y que nos muestran algunas leyes de las cuales es mejor no apartarse.
        Pero lo que nos insinúa Schwartsman es que tal estructura discursiva le cabe muy bien a la ciencia, y para esto cita el epistemólogo Paul Feyerabend, un filósofo y errante austriaco, que comenzó como devoto de Popper; pero como como buen hijo, lo renegó y se declaró anarquista, del punto de vista epistemológico. Aquí la palabra «anarquismo» no es tratada como un pormenor pirotécnico, pues para Feyerabend, no existen reglas que caractericen el método científico; ni existen diferencias objetivas entre los entusiastas de la ciencia, la astrología y la danza de la lluvia. El método hipotético deductivo popperiano no explicaría nada más allá de lo que revelaría el Génesis acerca de la creación del mundo. Lo que tenemos son discursos con distintas capacidades de imponerse y, por lo tanto, sería una cuestión de poder; lo que llevaría el temita al ámbito de la política, tal como lo imaginaría Marx. Para Feyerabend, la mejor manera de asegurar el avance de la ciencia es dejar que interactúe libremente con otros discursos, en una lucha libre y campal, y ahí entraríamos en la épica, como disciplina literaria.
        En la relación entre épica y política podemos percibir la articulación entre las nociones de discurso, poder, guerra justa, paz, soberanía, civilización, vida, muerte y, por supuesto, ideología. La forma y estructura de esa relación cabría en la poética, el análisis literario de segundo nivel, algo bien parecido a lo que ocurre cuando abordamos la epistemología, «la ciencia de las ciencias», como me la definió alguna vez mi amigo Julio César Londoño.
        Y esta postura de Feyerabend nos haría repensar sobre lo que es el «estado laico», algo inmune a discursos de cualquier orden y género, inclusive los religiosos y científicos, tal vez los literarios. Obviamente habrían los peligros, si tomáramos como ejemplo lo que ocurrió recientemente en Nueva Zelandia, un país ejemplar en muchos aspectos, en donde la idea de civilización parece estar por encima de aspectos culturales. Sin embargo, una comisión gubernamental propuso que «Matauranga Maori», el conocimiento tradicional maorí, se incluya en el plan de estudios escolar en pie de igualdad con la ciencia «occidental».
        Pero, por lo que nos relatan los chismes, un grupo de académicos de la Universidad de Auckland escribió una carta criticando la idea, en donde los profesores, sin oponerse a la enseñanza de la «matauranga», sostenían que no debería ser como ciencia. La reacción fue fulminante, y los firmantes de la carta fueron llamados racistas y colonialistas, y ahora están sujetos a posibles sanciones ejemplares.
        El problema de la propuesta de Feyerabend está en su dinámica de «lucha» entre discursos, en vez del intercambio colaborativo y respetuoso entre ellos, algo esencial en la laicidad del estado. Este último aspecto sería una vacuna contra los tumores malignos del negacionismo y el oscurantismo, que tanto nos asustan en los días actuales, como el diablo asustaba en la edad media.

No hay comentarios:

Publicar un comentario