Querido amigo, gracias por compartir tus cuestionamientos sobre estos temas vitales, y deseo que te encuentres bien y que tu querido hijo encuentre un camino para su cura, que por cierto será también parte de tu bienestar. Sobre el tema relacionado con la realidad objetiva y la dinámica de la generación de nuevas ideas y conceptos que tú tocas, en mi opinión, nosotros como occidentales estamos vinculados con aspectos de ciencia y tecnología que para mí son subconjuntos de un fantasma al que llamamos «conocimiento». La ciencia genera algunos tipos de ideas que, en algunos casos, intentan aproximarnos de algún tipo de entelequia a la que llamamos «realidad». Recuerdo que cuando le preguntaron a Freud sobre qué era la realidad, este respondió rápidamente: «la realidad es algo que se puede perder». Algunos amigos han alegado que esta respuesta de Freud se refiere a que podemos perderla en casos de enfermedades mentales, como la esquizofrenia o, lo que ahora está de moda, el Alzhéimer. Pero si no queremos entrar en discusiones sobre lo que es (o no es) la realidad, podemos divagar sobre la existencia de otras realidades, a las que podemos darles el epíteto «objetivas», o tal vez no. Si aceptamos que la realidad debe cumplir con la condición de ser compartida, por algún tipo de consenso con una comunidad, allí acostumbramos a darle el adjetivo «objetiva». Así, podemos afirmar que la ciencia es un camino duro para aproximarnos de esa realidad consensual. Mira que un amigo de un amigo mío leyó un texto que escribí, en el que proponía que el lenguaje tendría estados tal como la materia (sólido, líquido, gaseoso y plasmático); el lector respondió que yo había creado un metalenguaje y que estaba dejando por fuera los animales y lo que nos decían las filosofías de Oriente. Sobre los primeros, tú sabes muy bien el amor que tengo por mis dos perros. Sobre las filosofías orientales voy a atreverme a colocar aquí algo de una de esas vertientes sobre el tema de la realidad y su carácter perecible. Por ejemplo, la Advaita, cuyo exponente más reciente es Ramana Maharishi, un yogui aventurero que vivió entre los siglos XIX y el XX (y tal vez sería vital escuchar un poco a estas comunidades orientales); ellos dicen: «Cuando dormimos en sueño profundo la realidad desaparece”. La Advaita (y Ramana) dicen que hay tres estados posibles de conciencia cuando estamos experimentando el mundo: el sueño profundo (cuando no soñamos), el sueño con sueños, donde vivimos realidades oníricas, y el estado de vigilia. Esto es intrigante porque pasamos casi un tercio de nuestra vida fuera de lo que aceptamos ser real. Lo interesante es que cuando dormimos y después retornamos al estado de vigilia no reclamamos de una falta de continuidad del «yo»; o sea, nunca decimos que fulano durmiendo es diferente del mismo fulano despierto; o mejor, nuestra sensación (o nuestra percepción del yo) es una continuidad. Esta es la mejor aproximación de realidad que he encontrado en mis lecturas y locas disquisiciones, pues inclusive cuando experimentamos el sueño profundo no advertimos una discontinuidad en la experiencia del yo. Por ejemplo, cuando alguien nos despierta, y estábamos en sueño profundo, generalmente nos llama por nuestro nombre, que tal vez sea la mínima expresión de esa narrativa que somos. O sea, solo estamos despiertos e introducidos en la realidad consensual cuando por lo menos actuamos como personajes que tienen nombre. Por otro lado, la realidad que experimentamos en el sueño profundo no es literaria ni es relatadora, y no podemos decir claramente que la podemos equiparar a algún concepto de vacío o de ausencia. Simplemente no hay personaje literario, y creo que nosotros, como occidentales, no le hemos parado bolas a este tipo de experiencia factual que me parece ser impajaritable (como decimos en el Valle del Cauca). Mi pregunta sería si esa realidad excluida de «literalidad» se aproxima a algún concepto psicológico en Lacan; tal vez sí, sobre todo cuando él afirma que lo real no puede ser dicho ni transferido. Así, el problema de la realidad y de la identidad (lo que somos) parecen ser dos caras de la misma moneda: cuando estoy durmiendo la realidad desaparece, y el personaje con el que me identifico no está presente. Esto es muy loco y estimulante desde el punto de vista de autoconocimiento. Si aceptáramos esto como un problema a ser resuelto, podríamos afirmar que esa continuidad del yo no es perecible en el tránsito entre los tres estados (sueño profundo, sueño con sueños y la vigilia), y esto es impactante porque nada se parece más a la muerte que el estado del sueño profundo, como lo afirmó en algún momento la escritora Clarice Lispector, y me lo advirtió mi amiga Belén del Rocío Moreno. Nota: y mira que estoy seguro que mis perros también experimentan el sueño profundo... Si la continuidad de la experiencia del yo es contundente, el problema de la muerte sería algo mal contado, inclusive matemáticamente; por ejemplo, alguien llora porque después de un conteo, en el grupo en donde actúa, concluye que falta un integrante, pero se olvida que él tiene que incluirse en esa cuenta. De manera similar, cuando perdemos a alguien, tal vez estemos contando mal los hechos, pues estamos sintiendo la falta de algo cuya continuidad nunca estuvo en juego. Y lo más interesante de esta visión de la Advaita es que no necesitamos de teologías, ni de filosofías, ni de credos para aproximarnos a una solución del problema dual realidad-identidad. Y, menos aún, de ciencia y tecnología. Bueno, querido amigo, espero haberte dado una pincelada sobre lo que Oriente nos dice acerca del tema intrigante de la «realidad». Sobre los aspectos de ciencia y tecnología y algunos impactos negativos que crean en la actualidad sobre las personas (a los que te refieres en tu carta), tengo este trecho de texto que alguna vez elaboré (y continúo haciéndolo), y te lo comparto ahora: «Bueno, he dicho que ciencia y, su media hermana, la tecnología son tentativas duras de aproximarnos a una realidad consensual. Solo que la tecnología es una forma densa de la ciencia, así como se afirma que la materia es una forma densa de la energía. Por ejemplo, en los medios académicos de ingeniería se dice que ciencia es el proceso de convertir dinero en conocimiento y que tecnología es el arte de convertir conocimiento en dinero. Me da la impresión de que tecnología es un proceso vinculado al deseo como fetiche, como substitución de algo y que transita en esferas más próximas de la corporalidad (y recordemos que el dinero tiene un carácter específico de fetiche en Marx). Pero esto tendría que ser sin duda mejor explicado. Por ejemplo, podríamos decir que la relación entre ciencia y tecnología es similar a la relación entre el arte y la moda (incluyendo la alta costura). Algunos dicen, tal vez sin fundamentos muy sólidos, que la moda es arte ponible. Pero de cualquier manera, la moda está sujeta a ciclos que están vinculados con el mercado, con el deseo y con el imaginario de las personas; con la necesidad de actualizar la identidad del sujeto con el cuerpo. Y en su estado más denso con el lujo, una especie de necesidad de saturación de los sentidos que, en el límite, las tradiciones moralistas han denominado lujuria. Creo que la tecnología puede ir en ese camino, como ciencia ponible, que promete realidades aumentadas y realidades virtuales, con tendencias a suplir la saturación de sensaciones, y con reglamentaciones de usabilidad basadas en dinámicas del capital». De cualquier forma, querido amigo, te pido disculpas por este mensaje tan extenso, y te prometo ser menos locuaz en futuras comunicaciones.
P.D. Una pregunta válida para «Carlos», según la Advaita sería esta: «quién está pidiendo disculpas en este momento?» Ese es el «yo» que Carlos debería elucidar.