domingo, 16 de junio de 2024

Ciencia, realidad e identidad: una epístola a un amigo palmirano

Querido amigo, gracias por compartir tus cuestionamientos sobre estos temas vitales, y deseo que te encuentres bien y que tu querido hijo encuentre un camino para su cura, que por cierto será también parte de tu bienestar. Sobre el tema relacionado con la realidad objetiva y  la dinámica de la generación de nuevas ideas y conceptos que tú tocas, en mi opinión, nosotros como occidentales estamos vinculados con aspectos de ciencia y tecnología que para mí son subconjuntos de un fantasma al que llamamos «conocimiento». La ciencia genera algunos tipos de ideas que, en algunos casos, intentan aproximarnos de algún tipo de entelequia a la que llamamos «realidad». Recuerdo que cuando le preguntaron a Freud sobre qué era la realidad, este respondió rápidamente: «la realidad es algo que se puede perder». Algunos amigos han alegado que esta respuesta de Freud se refiere a que podemos perderla en casos de enfermedades mentales, como la esquizofrenia o, lo que ahora está de moda, el Alzhéimer. Pero si no queremos entrar en discusiones sobre lo que es (o no es) la realidad, podemos divagar sobre la existencia de otras realidades, a las que podemos darles el epíteto «objetivas», o tal vez no. Si aceptamos que la realidad debe cumplir con la condición de ser compartida, por algún tipo de consenso con una comunidad, allí acostumbramos a darle el adjetivo «objetiva».  Así, podemos afirmar que la ciencia es un camino duro para aproximarnos de esa realidad consensual. Mira que un amigo de un amigo mío leyó un texto que escribí, en el que proponía que el lenguaje tendría estados tal como la materia (sólido, líquido, gaseoso y plasmático); el lector respondió que yo había creado un metalenguaje y que estaba dejando por fuera los animales y lo que nos decían las filosofías de Oriente. Sobre los primeros, tú sabes muy bien el amor que tengo por mis dos perros. Sobre las filosofías orientales voy a atreverme a colocar aquí algo de una de esas vertientes sobre el tema de la realidad y su carácter perecible. Por ejemplo, la Advaita, cuyo exponente más reciente es Ramana Maharishi, un yogui  aventurero que vivió entre los siglos XIX y el XX (y tal vez sería vital escuchar un poco a estas comunidades orientales); ellos dicen:  «Cuando dormimos en sueño profundo la realidad desaparece”. La Advaita (y Ramana) dicen que hay tres estados posibles de conciencia cuando estamos experimentando el mundo: el sueño profundo (cuando no soñamos), el sueño con sueños, donde vivimos realidades oníricas, y el estado de vigilia. Esto es intrigante porque pasamos casi un tercio de nuestra vida fuera de lo que aceptamos ser real. Lo interesante es que cuando dormimos y después retornamos al estado de vigilia no reclamamos de una falta de continuidad del «yo»; o sea, nunca decimos que fulano durmiendo es diferente del mismo fulano despierto; o mejor, nuestra sensación (o nuestra percepción del yo) es una continuidad.  Esta es la mejor aproximación de realidad que he encontrado en mis lecturas y locas disquisiciones, pues inclusive cuando experimentamos el sueño profundo no advertimos una discontinuidad en la experiencia del yo.  Por ejemplo, cuando alguien nos despierta, y estábamos en sueño profundo, generalmente nos llama por nuestro nombre, que tal vez sea la mínima expresión de esa narrativa que somos. O sea, solo estamos despiertos e introducidos en la realidad consensual cuando por lo menos actuamos como personajes que tienen nombre. Por otro lado, la realidad que experimentamos en el sueño profundo no es literaria ni es relatadora, y no podemos decir claramente que la podemos equiparar a algún concepto de vacío o de ausencia. Simplemente no hay personaje literario, y creo que nosotros, como occidentales, no le hemos parado bolas a este tipo de experiencia factual que me parece ser impajaritable (como decimos en el Valle del Cauca).  Mi pregunta sería si esa realidad excluida de «literalidad» se aproxima a algún concepto psicológico en Lacan; tal vez sí, sobre todo cuando él afirma que lo real no puede ser dicho ni transferido. Así, el problema de la realidad y de la identidad (lo que somos) parecen ser dos caras de la misma moneda: cuando estoy durmiendo la realidad desaparece, y el personaje con el que me identifico no está presente. Esto es muy loco y estimulante desde el punto de vista de autoconocimiento. Si aceptáramos esto como un problema a ser resuelto, podríamos afirmar que esa continuidad del yo no es perecible en el tránsito entre los tres estados (sueño profundo, sueño con sueños y la vigilia), y esto es impactante porque nada se parece más a la muerte que el estado del sueño profundo, como lo afirmó en algún momento la escritora Clarice Lispector, y me lo advirtió mi amiga Belén del Rocío Moreno. Nota: y mira que estoy seguro que mis  perros también experimentan el sueño profundo... Si la continuidad de la experiencia del yo es contundente, el problema de la muerte sería algo mal contado, inclusive matemáticamente; por ejemplo, alguien llora porque después de un conteo, en el grupo en donde actúa, concluye que falta un integrante, pero se olvida que él tiene que incluirse en esa cuenta. De manera similar, cuando perdemos a alguien, tal vez estemos contando mal los hechos, pues estamos sintiendo la falta de algo cuya continuidad nunca estuvo en juego. Y lo más interesante de esta visión de la Advaita es que no necesitamos de teologías, ni de filosofías, ni de credos para aproximarnos a una solución del problema dual realidad-identidad. Y, menos aún, de ciencia y tecnología. Bueno, querido amigo, espero haberte dado una pincelada sobre lo que Oriente nos dice acerca del tema intrigante de la «realidad». Sobre los aspectos de ciencia y tecnología y algunos impactos negativos que crean en la actualidad sobre las personas (a los que te refieres en tu carta), tengo este trecho de texto que alguna vez elaboré (y continúo haciéndolo), y te lo comparto ahora: «Bueno, he dicho que ciencia y, su media hermana, la tecnología son tentativas duras de aproximarnos a una realidad consensual. Solo que la tecnología es una forma densa de la ciencia, así como se afirma que la materia es una forma densa de la energía. Por ejemplo, en los medios académicos de ingeniería se dice que ciencia es el proceso de convertir dinero en conocimiento y que tecnología es el arte de convertir conocimiento en dinero. Me da la impresión de que tecnología es un proceso vinculado al deseo como fetiche, como substitución de algo y que transita en esferas más próximas de la corporalidad (y recordemos que el dinero tiene un carácter específico de fetiche en Marx). Pero esto tendría que ser sin duda mejor explicado. Por ejemplo, podríamos decir que la relación entre ciencia y tecnología es similar a la relación entre el arte y la moda (incluyendo la alta costura). Algunos dicen, tal vez sin fundamentos muy sólidos, que la moda es arte ponible. Pero de cualquier manera, la moda está sujeta a ciclos que están vinculados con el mercado, con el deseo y con el imaginario de las personas; con la necesidad de actualizar la identidad del sujeto con el cuerpo. Y en su estado más denso con el lujo, una especie de necesidad de saturación de los sentidos que, en el límite, las tradiciones moralistas han denominado lujuria. Creo que la tecnología puede ir en ese camino, como ciencia ponible, que promete realidades aumentadas y realidades virtuales, con tendencias a suplir la saturación de sensaciones, y  con reglamentaciones de usabilidad basadas en dinámicas del capital». De cualquier forma, querido amigo, te pido disculpas por este mensaje tan extenso, y te prometo ser menos locuaz en futuras comunicaciones.

P.D. Una pregunta válida para «Carlos», según  la Advaita sería esta: «quién  está pidiendo disculpas en este momento?» Ese es el «yo» que Carlos debería elucidar.

(Carlos Humberto Llanos)

viernes, 31 de mayo de 2024

Sobre creadores y destructores

¿Somos dioses, en el sentido de que actuamos como «creadores» cuando usamos nuestras tecnologías?  Tal vez sí. Pero también somos destructores en dos frentes: por los efectos colaterales de nuestras «creaciones» y porque transformamos características de la materia consumiendo energía o liberándola, por ejemplo, en la fisión nuclear. Creo que esa particularidad tiene un rostro de simultaneidad (creadores y destructores al mismo tiempo), algo que ya Hegel había observado con su dialéctica, por cierto muy mal entendida, inclusive por sus sucesores marxistas. El problema actual es que no podemos controlar (o no queremos) los efectos colaterales de nuestras tecnologías y acciones. Y es difícil, si aceptamos que nuestras tendencias creadoras y destructivas deambulan en nuestra psiquis sin ningún control. Freud llamó a estas últimas instinto de muerte (Tanatos) y se lo hizo notar a Einstein en una misiva famosa. Y estas dos tendencias tienen dos características, bien estudiadas, en teoría de sistemas computacionales: paralelismo y concurrencia. En el primer caso, tenemos un aspecto esencial de la dialéctica real (y sin tapujos),  y en el segundo caso, los procesos concurren por recursos utilizables y deben permanecer en filas hasta ser atendidos. Tal vez los impulsos destructivos también se presenten externamente en la forma de guerras porque nadie acepta, de buen grado, permanecer en una fila. Así, creo que lo destructivo tiene dos vertientes simultaneas: nuestros propios instintos conflictivos internos y los efectos colaterales externos de nuestras acciones/tecnologías, que vagan sueltos como forajidos. Hay una cosa interesante, en la mitología hindú tenemos la fuerza destructiva como algo sagrado, necesario y transformador (la llaman Shiva); una fuerza que trabaja en el plano sintético. En el cristianismo, si somos coherentes y algo audaces, sería el Espírito Santo, que representaría la síntesis equilibrada; o sea, la acción destructiva revolucionaria, en donde tenemos control, conciencia y responsabilidad asumida sobre todos los efectos directos y colaterales de nuestras tecnologías. Este proceso nunca fue explicado claramente por curas y pastores pues, lejos de cualquier teología, sacraliza todo tipo de transformación que guarde aspectos de equilibrio, de responsabilidad que cada uno debe asumir en sus quehaceres diarios, ejerciendo su libre albedrío y, además, representa el aspecto pedagógico intrínseco de la vida. Solo así nos convertiremos en creadores eficientes y jugaremos no a ganar sino a empatar, con la dinámica de un jugador de ajedrez que hace una jugada pensando cómo va a reaccionar su contrincante. La ética del empate significa que estamos comprometidos en transformar conservando un equilibrio latente, lo que es esencial en la geopolítica actual, donde la naturaleza es nuestra contraparte, donde toda ambición de victoria contra ella equivale a un pasito hacia un suicidio colectivo.

(Carlos Humberto Llanos)

domingo, 5 de mayo de 2024

Sobre inteligencia...

 Algunos amigos me han pedido que hable un poco sobre lo que es inteligencia, sobre todo en el contexto de las nuevas tecnologías que usan el término «inteligencia artificial». Bueno, la primera referencia que tengo sobre inteligencia, por experiencia propia, es como una herramienta para eludir el bullying que se sufre en el colegio, pues cuando sabes hacer algunas cuentas de manera eficiente tus profesores tienden a admirarte y a colocarte como ejemplo para tus compañeros. Pero claro, tienes que ser suficientemente sagaz para  que no pasen a tratarte como un nerd, pues las cosas se pueden poner  aún peor de lo que eran.  En este caso, usamos la inteligencia para librarnos del sufrimiento; o sea, en primera instancia, la inteligencia es un arma, tal como una navaja afilada, o como un rifle Colt. Pero no es un arma tan democrática como una de fuego, que cualquiera puede disparar  bien con algo de entrenamiento, pues se requiere haber nacido con algún talento específico. Si estamos de acuerdo en que la inteligencia es un arma, podemos conversar sobre sus matices, algo que crea diferencias dependiendo del sujeto, de su personalidad. Digamos que si la inteligencia es vista sobre algún lente o, mejor, si ella debe atravesar algún tipo de artefacto parecido a un lente, podemos ver sus tonalidades, o observarla como un talento artístico, o como alguna capacidad para hacer cuentas, o probar teoremas, o como alguna habilidad para filosofar. O sea, es un arma para defenderse de algo, y que puede manifestarse en variadas formas. Algunos libros la definen como capacidad para resolver problemas o como capacidad de adaptación. Ahora tendríamos que analizar si resolver problemas y adaptarse a algo son cosas convergentes entre sí. Gerardo Schmedling diría que no, pues los problemas exigen solución mientras que la adaptación está vinculada con procesos y no a los  problemas: «procesos tienen inicio y finalización, solo eso», solía decir.  Esto nos da una idea de que los procesos son más generales que los problemas, y por lo tanto estarían más cerca de la inteligencia, por lo menos en su manera más genérica. Pero obviamente, que la vida como tal nos ofrece su característica de finitud, a la que podemos llamar de problema o de proceso. En el primer caso es un problema insoluble, en el segundo caso tenemos que echar mano de la aceptación. Diríamos así, que inteligencia además de denotar capacidad de resolver o de adaptarnos, puede significar también capacidad de aceptación de la vida, como algo limitado, tal como ella es. Pero podríamos tomar otro camino, pensar que la inteligencia es algún tipo de habilidad para hacer inferencias, o sea, de concluir cosas nuevas a partir de enunciados específicos. Esto envuelve aspectos de lógica, del uso de reglas que pueden ser seguidas consciente o inconscientemente. El asunto es que la habilidad para hacer inferencias es muy parecida a la dinámica de la inducción, esa pericia mal explicada e injustamente mal hablada, como las mujeres de la vida, de concluir cosas nuevas y generales a partir de datos e informaciones restringidas, como lo hacen los grandes descubridores o inventores en ciencia y tecnología, o los grandes artistas. Pero vamos por partes,  pues esa habilidad es ahora emulada por los motores de búsqueda basados en inteligencia artificial (IA); donde usamos artefactos como las redes neurales artificiales, que si bien entrenadas, se comportan como verdaderos oráculos. No es  por acaso, que dichos aparatos a veces son denominados máquinas de inducción, con el perdón de David Hume y de Karl Popper. Por ejemplo, los especialistas nos dicen que si tenemos suficiente cantidad de datos, esos oráculos puede responder cosas con la sutileza humana y con mucha mayor velocidad. Solo bastó que esas ideas un poco antiguas, con ayuda de los nuevos computadores, invadieran el área del lenguaje humano para crearnos la ilusión de que son seres vivos, y que pueden competir con sus creadores.  O sea, la IA ahora nos ofrece el paraíso terrenal: una cantidad de información, almacenada en una memoria infinita para el común de lo mortales, y una capacidad de inferencia que nos deja con la boca abierta. Si Borges se imaginaba un cielo como una enorme biblioteca, su destreza no le bastó para imaginarse un motor de búsqueda que le diera resúmenes, le hiciera recomendaciones y lo entregara conclusiones con lenguaje poético: el fin del mundo borgiano. Y  si al comienzo dijimos que la inteligencia no era un arma tan democrática así, ahora la IA la ha democratizado, y convirtiéndola en un rifle Colt virtual y más fácil de ser usada que navaja suiza. Ahora podemos pensar que la inteligencia ha dejado de ser la última trinchera de los tímidos, de los bobos del colegio, pues hasta un rudo e ignorante puede tener acceso a ella y convertirse en un hombre instruido, un macho alfa, y con tres testículos. 

(Carlos Humberto Llanos)

martes, 13 de febrero de 2024

Sobre historias, paradigmas y Colombia (recuerdos de una charla)

Esa idea que escuché de mis amigos Jasmín León de Rivera y Álvaro Gutiérrez (terapeutas sistémicos) de que somos confluencia entre historias que nos contamos e historias que son contadas sobre nosotros me pareció fundamental, y plausible de ser explorada en la literatura. Creo que en el fondo todos somos personajes, y podemos tener una nueva visión de la neurosis como historias conflictivas, ficciones mal resueltas. Creo que Colombia es eso: una ficción que no se resuelve; yo había desvariado un poco en algún texto mío sobre el tema del bolero y el tango, como una especie conflicto de género musical, que en nuestro país no se pudo resolver a tiempo. Me parece poética esa posible visión de los sistemas en donde la infraestructura no son los objetos sino las relaciones entre ellos: algo muy actual en la física moderna. Una especie de inversión de la pirámide, como decían los marxistas sobre la filosofía hegeliana: «Marx invirtió la pirámide del idealismo alemán». Hablando de estas cosas, mi mentor y amigo Prof. Reiner Hartenstein insistía que el paradigma de computación actual era ineficiente pues su estructura es estrictamente burocrática: una memoria para almacenar el programa, un procesador para ejecutar paso a paso cada una de las instrucciones del programa y canales de comunicación entre procesador y memoria para transferir las instrucciones al procesador, donde son ejecutadas, y retornar resultados de vuelta para la memoria. Esto resultaba naturalmente en trancones, tal como acontecen en la calle 5 de Cali, lo que implica en colocar policías de tránsito, exigir protocolos, aplicar multas, etc. Esta estructura que mi amigo criticó tanto es conocida como paradigma de von Neumann. Hartenstein divulgaba un paradigma alternativo: la computación debía ser basada en los datos y no en instrucciones; pues es más eficiente procesarlos directamente sin tanta burocracia. Llamaba a esto de computación basada en flujo de datos. Estos últimos transitan por estructuras computacionales (circuitos) que ya saben a priori como procesarlos.  O sea, estaba proponiendo invertir la pirámide. Es normal que en algunos momentos tengamos que invertir pirámides, o volverlas a colocar en posiciones anteriores. Voy a colocar aquí algo polémico: los géneros literarios se resumen en dos: la prosa y la poesía (con el perdón de los profesores de literatura). Pero no podemos tener prosa de calidad sin poesía, y en esta última, de alguna manera contamos algo de nosotros: estamos prosificando. Hantenstein, fiel escudero el paradigma de flujo de dados, al final de su vida reconoció que no podría librarse del paradigma de von Neumann y de sus secuaces del cartel liderado por la empresa de microprocesadores Intel (llamó a esto twin-paradigm). De cualquier manera, en este momento creo que somos más relaciones que sujetos, pero puedo cambiar de idea mañana... Veo que la frase de los psicoanalistas contemporáneos de que «somos el otro», se resuelve em que somos las relaciones, que se expanden a través de nodos internos: somos estructuras múltiples, tal vez varios sujetos a la vez, que conversan con sujetos externos, que también son multitudes. Creo que la sociología y la antropología aún tienen que aprender mucho de estas vertientes.

(Carlos Humberto Llanos)

lunes, 12 de febrero de 2024

Una breve discusión sobre dos temas de Cioran

(1)

«Creo que el politeísmo, como visión religiosa, se opone a la intolerancia; la tolerancia no es posible en un sistema monoteísta. Sería contradictorio. Si solo existe un dios no puede haber más que una verdad; si existen más dioses, hay más verdades. En consecuencia, la tolerancia solo se concibe a partir de un cierto escepticismo. No hay verdad absoluta, sino muchas verdades, muchos pareceres. En el politeísmo se toleraban, más o menos, todas las religiones, excepto el cristianismo. ¿Por qué? Porque el cristianismo es intolerante. Todo monoteísmo implica necesariamente intolerancia.» (E. M. Cioran)

Comentario: aquí Cioran se refiere a la libertad de credo, a no someterse a una verdad absoluta. El problema de estas vertientes del pensamiento es pensar que el paso del politeísmo al monoteísmo se da únicamente por una imposición de fe, y no por una insuficiencia conceptual, que se traduce en la tendencia imperativa de una «unificación». En la ciencia se puede percibir este hecho como algo necesario y raramente contestado: de buscar una visión unificada del conocimiento. En la física verificamos que llevamos décadas intentando unificar en una sola teoría cuatro ideas: fuerza gravitatoria, fuerza electromagnética, fuerza nuclear fuerte, y fuerza nuclear débil, y hasta ahora solo tenemos resultados parciales. Pero no hay evidencias de que no se pueda llegar a una unificación: es un problema abierto, como se dice en la ciencia de la computación, y a nadie en sano juicio se le ocurriría condenar esta tentativa.
        En otra perspectiva, el esfuerzo de unificar la visión relativista con la visión cuántica implica en romper algunas barreras: la física cuántica usa conceptos de espacio y tiempo que son clásicos, mientras que la física relativista usa conceptos de energía y materia también demasiado clásicos. Así, el problema es que no conseguimos deshacernos del todo de la visión newtoniana, de que lo que percibimos con nuestros sentidos es lo real. En matemática y computación la unificación juega varios papeles, digamos que tiene varios abordajes: encontrar soluciones que satisfagan un conjunto de ecuaciones, encontrar modelos que agrupen varios modelos aparentemente independientes (simplificación), o encontrar sustituciones en variables de formulaciones lógicas que permitan que dos o más fórmulas sean iguales (y pueden haber otros significados).
        Sobre esta visión, de lo que es unificación en sus múltiples aspectos, podemos ver las diferentes áreas de la ciencia como visiones, entrelazadas únicamente por un hilo: el método científico. Tal vez  podríamos ver el politeísmo como enfoques del mundo entretejidos por nuestra limitación fundamental, aquella que llamamos «mortalidad». Así, el paso del politeísmo al monoteísmo pode ser visto como un procedimiento de unificación, buscando una visión más simple, que dé sentido a la complejidad de existir como sujetos.
        De esta manera, la crítica al monoteísmo debe ser centrada más en su carácter violento; digamos, de hacer una sustitución de una variable por otra de manera forzada, de manera errada. No se puede sustituir un dios parcial por un dios total, sin usar procedimientos adecuados, sin que dicha sustitución sea una imposición, sin que la misma sea impostora. Sustituir un dios parcial por un dios total estaría más parecido al proceso de inducción lógica (ir de lo particular para lo general), tan criticado por Popper, tan difícil de entender como la gravedad cuántica o como la teoría de las cuerdas, por lo menos para nosotros, simples mortales.
        No queda claro se Cioran afirma que nunca hubo imposición violenta en el politeísmo, pues es siempre problemático determinar si las llamadas guerras santas (que puedrían envolver visiones monoteístas o no) no llevan ocultas un lastre de intereses económicos (en la visión marxista); o viceversa, si las guerras por intereses económicos no son inducidas por motivos ideológicos, que pueden emerger envolviendo pulsiones religiosas.
        Sobre la relación de tolerancia con el escepticismo (como lo trata Cioran), podemos pensar en el concepto de «completitud» en lógica, desde el punto de vista de la parafernalia axiomática: «un sistema axiomático completo es aquel en el cual se puede demostrar o refutar cualquier afirmación dentro del sistema utilizando las reglas y axiomas del mismo». Esta idea nos asegura que no existen lagunas en el sistema, y que todas las afirmaciones son decidibles dentro de ese marco teórico. 
        El problema es que hay fundamentos contundentes en el sentido contrario a la completitud axiomática y sus consecuencias: Kurt Gödel demostró que a partir de un conjunto de axiomas sin contradicciones entre sí, existen enunciados que no se pueden probar ni refutar a partir de ellos. O sea, hay teoremas que son verdaderos y no pueden ser demostrados a partir de las bases de cualquier sistema axiomático que podamos proponer. Esto introduce de manera formal la universalidad de la «incompletitud» (por lo menos en la matemática) y, por consecuencia, de la «duda» (una posible fase del escepticismo): esa boca abierta que mantienen los poetas al caer de un verso nocturno. Coloco aquí la «duda» como un posible soporte al «misterio», ese algo irresoluto al que debemos deponer todas nuestras inocuas armas. Si hay dioses, sus imágenes deberían evocar esta duda cotidiana. Si hay un dios universal, deberíamos inventar una iconografía sagrada de esta duda categórica, tal vez como alternativa, o complemento, a la duda metódica cartesiana. Esa bendita perplejidad que puede salvarnos del peor de los pecados: el fanatismo.

(2)

«Pero ahora voy a referirme al aspecto positivo del suicidio. Al suicidio como acto. El cristianismo ha privado al hombre de un recurso extraordinario. El peor crimen del cristianismo es haber condenado este acto, ya que, al hacerlo, ha condenado al hombre. ¿Qué significa pensar en el suicidio? ¿Por qué –me dicen– no se ha suicidado? Porque para mí el suicidio –pese a haber sentido muchas veces la tentación de matarme– no implica la idea de desaparecer, sino la de poder soportar la vida. El suicidio es una especie de salvación. Al pensar “de mí depende el hecho de desprenderme de todo”, se tiene la sensación de ser único y, por consiguiente, uno se sabe libre, en el pleno sentido de la palabra. El cristianismo, pues, le ha quitado al hombre esta gran posibilidad. En este sentido, y no solo en este, el paganismo es infinitamente superior.» (E. M. Cioran)

Comentario:  Es difícil creer que el suicidio represente el supra-summum de la libertad, pues solo simboliza un dedo que aprieta un gatillo que ya fue accionado en el momento en que nacemos. Todo lo que vive muere, esa es la ley de la naturaleza, repetía Gerardo Schmedling a sus alumnos. Y en la discusión de nuestra ilustre mortalidad siempre encontramos un culpado: el tiempo. A este respecto, los físicos nos dicen que no hay sentido en hablar de términos tan usuales como presente, pasado y futuro, pues en las ecuaciones de cualquier sistema dinámico no hay cómo diferenciar estos elementos. 
        También hay indicios sobre formulaciones matemáticas (en la física actual) en donde la variable «tiempo» es ausente: no es necesaria pues no tiene expresividad. El único vestigio sobre la existencia de una flecha del tiempo, que va del pasado para el futuro, es algo que llaman «entropía» (la segunda ley de la termodinámica). O sea, el tiempo está relacionado con la producción de calor que siempre ocurre en procesos irreversibles. Pero esta misma ley es formulada en contextos probabilísticos (y no determinísticos), o sea, el calor va, con una probabilidad mayor, de regiones más calientes para regiones más frías. Y como toda formulación probabilística, esto implica en una pulga detrás de nuestra oreja que nos dice algo como esto: esta enunciación existe así por que hay ignorancia (tal vez otra faceta de la incompletitud). En efecto, el físico Carlo Rovelli sugiere que la entropía aparece solo por nuestra visión parcial de los hechos. Esto puede envolver, por carambola, de que lo que conocemos como «tiempo» puede ser una sutil ignorancia de algo que desconocemos.
        Sin importar si el tiempo existe o es una ilusión, nuestra mortalidad tiene una ventaja: nos libra del tedio de tener que ser eternamente el mismo personaje. El mismo Borges, después de viejo, decía algo como esto: «estoy ya cansado de ser Borges.». Y no se necesita ser un minotauro porteño para ver algo tan positivo en nuestros irreversibles desencarnes.


Nota: Textos de Cioran extraídos de: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/sobre-el-suicidio/

(Carlos Humberto Llanos)

sábado, 6 de enero de 2024

Politiqueando I (mi anti-credo)

Defiendo a Petro y su proceso, creo firmemente que era necesario para Colombia. Por otro lado, no veo como salida el radicalismo. Los conservadores lo ensayaron y crearon Bolsonaro y sus seguidores, y en la izquierda hay algunos ejemplos históricos bien tristes, no los voy a citar aquí.  Lo poco que critico en Petro son algunos lances de intransigencia y que en algunas veces rayan en el irracionalismo, pero opino que son pocos. Sobre la izquierda, creo que el surgimiento del marxismo significó un paso fundamental para la comprensión de los fenómenos sociales. Pero no considero el marxismo como un dogma, sobre todo porque no consigo aceptar ninguno. Corto y grueso, considero que el único problema del marxismo son los marxistas. Veo siempre un aire de arrogancia en ellos que me incomoda; es tan jarto e incomodo hablar con ellos  como lo es hacerlo  con los lacanianos. Escuché una vez de Estanislao Zuleta esta crítica a los lacanianos: «ellos dicen así: si no me comprendes debes aceptar que soy muy inteligente». Sobre mi duplo malestar (con marxistas y lacanianos), hago siempre  esta analogía, soy viciado en ellas: libido igual a lucha de clases, e inconsciente igual a economía. Veo en esas analogías el dogma fundamental de la santa iglesia marxista, apostólica y leninista, así como de lacanianos.   En el caso de los marxistas, ese dogma intenta aproximarse, por analogía, de la idea de la mecánica de la explosión basada en el papel de los comburentes (en este caso, el oxígeno) en la producción del fuego a partir de combustibles. O sea, la lucha de clases sería el comburente de  los procesos sociales a gran escala. Y la economía el combustible, la base, la infraestructura, como se dice, la sustancia omnipresente en el proceso (tal vez una especie éter). Observe que escojo esta analogía en ese orden y no al contrario, pues el comburente tiene un carácter dinámico, puede aumentar o aliviar su fervor. Por el contrario, el combustible tiene un aura estable, se consume lentamente durante el proceso (esto lo saben muy bien los ecologistas, cuando hablan de la naturaleza como economía que se agota). Pero como pasa con  toda tesis mecanicista, el marxismo  está sujeto a ser ajustado, o a ser reescrito, inclusive de manera radical (tal vez aquí me contradiga). Ah, y creo que la fusión atómica, que produce la energía del sol, no necesita comburentes; ocurre por otro tipo de proceso: la mecánica cuántica. Así, tal vez necesitemos de mentes tan radicales como Planck,   Schrödinger, Heisenberg, Einstein, Dirac, Bohr y von Neumann, entre otros, para crear nuevas visiones que ayuden a explicar los fenómenos sociales, que son supremamente complejos,  e incluyen aspectos de psicología social/individual, y por qué no metafísicos (digamos, espirituales), entre otras cosas. Puede ser que  por decir estas cosas me tachen de tibio, de centrista, fajardista, o de cualquier otra cosa. Pero ese es un riesgo que debo asumir. Todos los modelos están errados (inclusive el marxista), son solo aproximaciones,  pero algunos son útiles, parodiando el viejo profesor de teoría de sistemas George Box. 

(Carlos Humberto Llanos)

lunes, 20 de febrero de 2023

Libros e inteligencia artificial

Podemos reflexionar un poco sobre la frase de Humberto Eco, que dice algo como esto: «el libro es un invento del mismo calibre que la cuchara, no puede ser mejorado». En su apariencia puede ser una defensa irrefutable a la perennidad del libro. Pero puede también explicar su sentencia a muerte, pues lo que no se puede mejorar algún día será descartado, es la ley de evolución. No dudo que la cuchara sea inmejorable, podemos cambiar el material con que está hecha, pero su funcionalidad principal será la misma (recoger la comida para llevarla  a nuestra boca).  Pero si la estructura de los alimentos cambia, tal vez pase a ser inútil, una pieza de museo. Para ejemplificar, los astronautas usan dietas basadas en barras de cereales enriquecidos con suplementos alimenticios y cápsulas con otros complementos, ¿y dónde está la cuchara aquí? El libro está basado en una tecnología que siguió la trayectoria de solidificar el discurso en la textualidad, y bajar esta última a un soporte mediático específico. Hubo un tiempo, una especie de pre-ensayo, en que aparecieron otras medias, como el  disquete de 8 pulgadas;  después vino el disquete de 5 y un cuarto de pulgada, después el CD, el DVD, el pendrive y ahorita la nube. Estamos en peligro de ver el libro desaparecer y abrigar la misma nostalgia por los viejos disquetes. La nueva biblioteca está tomando la forma de una enorme enciclopedia, donde cualquier duda puede ser consultada más por el tema, por el contexto y menos por el autor. Para esto se usa el concepto de memoria asociativa, un tipo de dispositivo electrónico que permite recuperar elementos haciendo coincidir alguna parte de su contenido, en lugar de especificar su dirección; el hipertexto es hijito de esta idea… O sea, este mecanismo computacional funciona de manera parecida a la forma como nuestro cerebro busca la información en su red neuronal. Buscar información por el autor pasará a ser tan anticuado o inútil como usar los antiguos teléfonos fijos, o como procurar el lugar de nuestras carencias y conflictos sugeriendo dónde podrían estar (en vez de usar la asociación libre descubierta por el viejo Freud).  Así, lo que nos intimida no es que el libro entre en colapso, sino que el autor desaparezca, se extinga como los dinosaurios. Nuevas herramientas de búsqueda de contenidos como ChatGPT consiguen traer textos coherentes sin explicitar las fuentes, los autores. Podríamos colocar un trecho de un diálogo de Úrsula con José Arcadio y solicitar textos similares en Borges o en Chesterton, exigiendo asociaciones semánticas o algo por el estilo; y esto cada vez funcionará de manera más eficiente. 

(Carlos Humberto Llanos)