jueves, 10 de junio de 2021

Sobre Tiempos y dudas


Qué mano puede detener su pie veloz,
¿O qué belleza el Tiempo no demarca?
¡Ninguna! Al menos que este mi amor
En negra tinta guarde su fulgor.

W. Shakespeare (soneto LXV)

Hay cosas en el cielo y en la tierra que aún no abarcamos con nuestra comprensión y una de ellas es el tiempo. Un síntoma claro es que tenemos más preguntas que respuestas para dar. ¿Es el tiempo objetivo o subjetivo, es absoluto o relativo, es solamente lo que marcan los relojes con sus punteros giratorios?  Algo sobre el tema lo discutió Platón, que lo describe como creación divina para permitir el tránsito perfecto y periódico de los astros, de acuerdo con su mundo de las ideas. En cambio, Aristóteles relaciona el tiempo con el desplazamiento de los objetos, y cree que «el tiempo es la medida del movimiento», colocando el problema del antes, del después y del ahora.  En este sentido, para san Agustín el pasado, el presente y el futuro adquieren su significado al identificarse con la memoria, la atención y la espera. Mas en la visión clásica hay cierto desprecio por el tiempo, colocándolo en el nivel de lo imperfecto, opuesto a la perfección de la eternidad. 
    Discusiones sobre si el tiempo es externo y objetivo, o interno y subjetivo ocurren desde siglos, teniendo como protagonistas actuales filósofos, psicólogos, literatos y científicos. Inclusive se debate si el tiempo existe o es una ficción de nuestras conciencias. Pero sin duda solo tenemos por cierto conjeturas y algunas dudas frustrantes, tal como aquella vieja cuestión agustiniana: «Si nadie me lo pregunta, lo sé; si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé». 
    En la literatura tenemos la visión de Proust, el pasado puede ser rescatado mediante la purificación de la memoria, centrando la atención en el retrovisor de la vida. La atención presencial nos sirve de espejo —la media espacial— en donde podemos revivir el pasado. Sobre el futuro tenemos la ficción de los oráculos, casi siempre en la forma de acertijos a ser interpretados, como le ocurrió a Edipo y a tantos otros mortales. 
    En visiones filosóficas verificamos precursores de lo que se investiga en la neurociencia. Por ejemplo, para Kant el tiempo aparece como condición subjetiva sobre la cual tiene lugar toda y cualquier intuición y, siendo a priori, es anterior a los objetos en su representación. Así, el tiempo es una intuición que forma parte de la estructura del sujeto cognoscente, con la cual el sujeto ordena los fenómenos del mundo según la sucesión y la simultaneidad.
    Lo que es simultáneo y lo que es secuencial está claro en la física de Newton pues el tiempo es absoluto e independiente de cómo nos movemos como observadores.  De cierta manera también lo está para Kant para quien el tiempo es algo homogéneo; lo que para Bergson sería un pecado, pues sojuzga la filosofía al sistema científico, cortando sus alas y tornado imposible una metafísica del saber. 
    Para Bergson el tiempo real es duración (al que llama de tiempo real), devenir, y se compone de momentos interiores., que se entrelazan entre sí. Y lo define así para oponerse a la tradición científica y kantiana que, según él, confunde tiempo con espacio, colocándolo como algo homogéneo y divisible. El yo aparece allí donde la duración aparece por la primera vez, como fenómeno psicológico. La duración también es ser, siendo heterogénea, continua, indivisible y fundamental como experiencia interna. Esas visiones que plantean tesituras más o menos subjetivas sobre el tiempo es tema actual de debates filosóficos. Sin embargo, en Bergson podemos percibir que su concepción de tiempo —como duración— lleva de nuevo a algo clásico, casi de vuelta a una idea de absoluto, una visión metafísica del tiempo. Lo que lo lleva también a criticar la concepción temporal de la física relativista.
    En este sentido, la física del siglo 20 nos habla sucesión y simultaneidad, específicamente en la teoría especial de la relatividad, en donde la velocidad de la luz es lo único absoluto.  Nos dice que si dos eventos son simultáneos en algún local, en donde estamos, no lo serán si observados en otro sistema de referencia que se mueve con velocidad contante con respecto a nosotros. En este caso, la simultaneidad depende de dónde estemos y de la condición del lugar de quien observa.
    Y conversando desde donde estamos, como observadores voyeristas, los conceptos de localidad espacial y simultaneidad temporal tienen sus respectivos acertijos en la física de las partículas atómicas y subatómicas.  Dos objetos pueden estar conectados por una simultaneidad a pesar de estar a distancias que no caben en nuestras cabezas. O sea, la instantaneidad en la comunicación entre dos eventos cuánticos es un hecho comprobado en los laboratorios. Así el eterno presente y la comunión de los santos es ahora tema científico.
    Tenemos también otras visiones filosóficas que colocan por lo menos algún tipo de atributo subjetivo a la cuestión temporal como en Martin Heidegger, en donde existe el tiempo propio del sujeto por sí, aparte del tempo del mundo (el tempo que miden los relojes). Para Heidegger es esencial pensar el tiempo como algo independiente del movimiento. Pues la idea aristotélica —y científica— del tiempo deja por fuera cualquier disposición afectiva, personal. Heidegger parte de la premisa de que nosotros no estamos en el tiempo, nosotros somos el tiempo. Pues el tiempo tiene que ser visto por sí mismo y no como medida, o como una relación de movimiento, adjunto al espacio. A pesar de los relojes marcar el mismo tiempo para todos, la experiencia del tiempo es única y singular para cada uno. Las horas no pasan, somos nosotros los que pasamos: el tiempo es el hombre. Es porque morimos que hablamos de tiempo, al contrario de Aristóteles para quien hay muerte porque hay tiempo. 
    Y esto hasta que tiene la condescendencia de unos de los pilares de la física cuántica, Erwin Schrödinger, para quien un beso sincero a una bella dama sería suficiente para hacer el tiempo parar. Mas la capacidad de hacer el tiempo parar es también implícita a toda arte, cuando un observador desaparece mientras observa una obra que lo cautiva, que lo atrapa y lo secuestra, por algunos instantes, para otra realidad. 
    Pero la relación del tiempo con los movimientos periódicos y circulares de los astros —y de los punteros de los relojes— la recogemos también en Borges: «lo decían los antiguos pitagóricos, todo retorna como la fracción periódica… y los astros y los hombres vuelven cíclicamente…La mano que esto escribe renacerá del mismo vientre». El tiempo en espiral, como el movimiento helicoidal de los planetas en torno a un sol que ahora sabemos que también transita, como un bólido en el espacio tiempo. O el tiempo travestido de música, cuando nos dice en el verso final del otro poema de los dones: «por la música, misteriosa forma del tiempo».
    Mas hablando del tiempo objetivo, medido por movimientos periódicos y retornelos, el reloj disimula la naturaleza incógnita del tiempo usando la máscara convincente de un movimiento. O sea, traviste el tempo de movimiento regular —ya criticado por Bergson.  Y nos queda una transformación de algo misterioso, en su esencia, en una regularidad que nos indica la duración, la cuantificación de un período de algo, inclusive de nosotros mismos.  Así, en la física, la duración es para el tiempo aquello que la longitud es para el espacio, como nos lo dice el físico y filósofo Étienne Klein. En ambos casos tenemos representaciones y tal vez solo fetiches de lo temporal y de lo espacial (Heidegger estaría feliz de escuchar esto). 
    Y aquí podemos decir que esa duración es un cuenteo de instantes, que vienen y se van mediante un mecanismo que no podemos comprender. Cada instante que verificamos conscientemente lo llamamos presente, mas esto no deja de ser una simple definición, como un postulado para fabricar explicaciones o para tejer teorías. 
    La sucesión de instantes no admite pausas y el presente es un instante que verificamos como observadores. Ese motor de instantes ariscos es el mecanismo que no podemos entender —no captamos su funcionamiento, tal como lo desearían tanto físicos como ingenieros. 
    Físicamente hay con el tiempo una condición dictatorial, pues con el espacio podemos hasta hacer recorridos y tránsitos con cierta libertad. En el caso del tiempo estamos atrapados en un cierto tipo de prisión. Podemos repetir eventos, como dormir, cenar, hacer el amor. Pero no podemos repetir los instantes que ya transcurrieron. Podríamos decir que somos arrastrados sin posibilidad de rescate, sin una mano amiga que nos saque de algo que no comprendemos.
    Y hablando de obligatoriedad del transcurso temporal hay una relación de este con los fenómenos del calor, estudiados en un área conocida como termodinámica. El calor fluye espontáneamente de un cuerpo caliente para un cuerpo frío. Este facto es comprobado diariamente en las diferentes actividades que realizamos, y nunca se encontró un contraejemplo, por lo menos fuera de la locura de la física cuántica. Una mano caliente, transmite calor para una mano fría —es la famosa segunda ley de la termodinámica. Cuando sumergimos un cuerpo caliente dentro del agua el calor fluye del cuerpo caliente para el agua, hasta que el conjunto llegue al equilibrio térmico, y este equilibrio térmico está asociado con un mayor desorden del sistema. Este tipo de procesos son temporales, y van siempre en la misma dirección, en la medida en que el tiempo avanza, y son llamados de fenómenos irreversibles. 
    La medida de desorden de un sistema cerrado es denominada comúnmente de entropía, y los que nos dicen los físicos es que la entropía siempre aumenta, junto con el transcurso del tiempo, buscando que los fenómenos lleguen a un punto de equilibrio, lo que equivale a su punto de máximo desorden, ¿tal vez la muerte de nuestros cuerpos? Así el pasado, presente y futuro son estados de un sistema, que guardan características de irreversibilidad, lo que nos hace asociar al tiempo con nuestra finitud, y como dice el poeta: ¿qué belleza el tiempo no demarca? 
    ¿Para la ciencia realmente el tiempo pasa, como lo dice la famosa canción de Pablo Milanés? Hay aquí una metáfora ya usada: el tiempo como un río que recorre algo. Mas en un río tenemos una visión espacial, un recorrido perceptible y comprobable. Y tenemos la gravedad como su causa, y un cause —su nacimiento, su curso y su destino final. En relación con el tiempo, estrictamente hablando, no tenemos estas muletas, no sabemos ni su causa ni su cause, y menos su destino final. Si verificamos un poco percibimos que tal vez somos nosotros los que pasamos, como pasan los árboles y los postes de energía cuando viajamos en un tren. Y aquí Heidegger estaría de acuerdo.
    También decimos que somos arrastrados por el tiempo, como si fuera un río, mas eso es solo un fragmento literario de lo que nos dicen las canciones y los versos. Algunos físicos dicen que el pasado, presente y futuro existen en una especie de partitura matemática que es ejecutada por nosotros como seres consientes. O sea, el motor temporal son nuestras mentes y nuestras observaciones. Y que hay una especie de tejido al que llaman espacio-tiempo que compartimos por algún tipo de consenso colectivo. Aquí el futuro predicho por los oráculos que usan símbolos arquetípicos tal vez tenga sentido, pues podríamos presumir que un símbolo podría mapear, o vincularse, con un instante que aún no aconteció.  
    Otro grupo de físicos afirma que solamente los eventos presentes son reales: el pasado fue perdido irremediablemente, y el futuro no existe, como nos lo insinúa Shakespeare —solo es fabricado como presente, y en el momento oportuno. Y esto de por sí ya hace posible la tragedia como género literario.   Los dos grupos generalmente están atrincherados en la física relativista o en la física cuántica, o en alguna corriente literaria o filosófica.
    Si hablamos sobre una dimensión espaciotemporal, los físicos afirman que tenemos un universo de 4 dimensiones (tres espaciales y una temporal). Pero recientes teorías más abstractas nos dicen que las partículas atómicas son fabricadas por vibraciones de objetos unidimensionales, como las cuerdas de una guitarra. Y que dependiendo de la forma como vibren aparecen objetos físicos, como partículas elementales, tal como los cuarks que pueden agruparse para formar partículas mayores, y así sucesivamente. Así, los físicos nos insinúan que existen más 7 dimensiones, con características curvas, tal como las formas femeninas, que serían necesarias para unir los fenómenos gravitacionales, cuánticos y electromagnéticos. Al final, tendríamos un universo de 11 dimensiones y el tiempo apenas sería una de ellas.
    Pero saliendo de temas estrambóticos y hasta pintorescos, físicamente sabemos que tempo y espacio tienen una relación, específicamente en el caso del movimiento. Este último es comúnmente descrito en la forma de velocidad, algo que todos entendemos intuitivamente. Nos movemos con una velocidad que significa algo concreto, y que hasta podemos percibir: si es mayor llegamos más rápido, con una duración menor. La física relativista nos dice que la mayor velocidad posible es la de la luz. Y que los únicos objetos que la pueden alcanzar no tienen masa, tal como los fotones. Otros objetos con masa diminuta solo pueden tener una velocidad máxima menor, dependiendo de su energía. 
    Y lo más intrigante y singular es que si pudiéramos correr detrás de una partícula de luz y acelerásemos hasta llegar a una velocidad altísima, ese fotón siempre estará viajando a la velocidad de la luz con respecto a nosotros. No importa a que velocidad estemos, siempre que midamos su velocidad será la misma.  O sea, nunca podremos darle la mano a un fotón y decirle hola.  
    Tal vez por eso la expresión «iluminarse», usada por ciertas religiones y credos espiritualistas, tenga aquí su sentido metafísico: «alguien dejó de ser de este mundo y saltó el muro de su prisión». De esta manera, nuestras visiones de objetividad o subjetividad sobre el misterio de la temporalidad perderían sentido; pues parar el mundo, por alguna técnica artística o espiritual, hace que la realidad desparezca. La propia física nos lo insinúa:  sin la existencia del tiempo la película se para, y los personajes se vuelven como un fotograma y cualquier historia deja de tener sentido y posibilidad. 
    Aún no sabemos si el tiempo pasa, o si nosotros pasamos en el tiempo; ni sabemos sobre el motor que lo origina y lo controla. Bergson critica la tradición clásica que confunde el tiempo con el espacio, así como Heidegger critica enredarlo con el movimiento. Y hasta tenemos dudas de si somos el tiempo, como nos lo afirma algún filósofo, o algún cantor. Si el tiempo existe —porque hay muerte y máximo desorden— es porque estamos piamente seguros de nuestra identificación con nuestros cuerpos de carbono. Es decir, el problema no dejaría de ser una cuestión de identidad, pues como lo dicen algunos psicoanalistas «no hay loco más loco que aquél que afirma ser Napoleón, mismo que sea el propio Napoleón».

Algunas referencias:
  • Klein, Étienne. Le Temps (qui passe?), Paris, Bayard, 2013. Edición original.
  • Frant Pereira, Sofia e Alvim; Duarte, Pedro. O Conceito de Tempo nos Primeiros Escritos de Martin Heidegger. Departamento de Filosofia, PUCRJ, Rio de Janeiro. 
  • Heidegger, Martin. Ser e tempo. Petrópolis: editora Vozes, 2009.
  • Mascarenhas, Aristeo, L. C. Bergson e Kant: o problema do tempo e os limites da intuição.  https://doi.org/10.1590/s0101-31732017000200006

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